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Los nuevos pícaros

Juan Fernando Ramón Sánchez
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Actualizada

Que el idioma español o castellano es la lengua más hablada del mundo atendiendo al número de personas que la tienen por lengua materna, obviando el mandarín, es una verdad de Perogrullo.

Siguiendo con las obviedades dentro de la riqueza de nuestra lengua y de la historia de la literatura, vendremos a coincidir que la novela picaresca es un género literario muy característico, el cual surgió en el Siglo de Oro. Conocidos son de sobra los pícaros que en más de una ocasión nos han proporcionado una agradable lectura, desde el Lazarillo de Tormes o El Buscón hasta Periquillo el de las gallinejas.

Como denominador común de todos ellos, encontramos su origen humilde, rayando la marginalidad, y el carácter moralizante de su historia, contada las más de las veces en primera persona y profundamente arrepentidos. Aunque mucho ha llovido desde el Siglo de Oro, parece que en lo relativo a la picaresca española, poco o nada hemos cambiado. Cierto es que ahora las tornas se han vuelto y muchos de los pícaros con los que nos topamos en las portadas de los periódicos en sus paseos cotidianos por las puertas de los juzgados, pertenecen a la flor y nata de la sociedad, pero las mañas son las mismas.

De esta manera y como si de un mantra se tratara, desgraciadamente nos hemos familiarizado con los Gürtel, con los Eres, con las tarjetas black y las preferentes y recientemente con la condena por el caso Nóos del hermano político de nuestro Rey. Lo peor de todo es que, al igual que ocurrió con el Lazarillo cuando en Almorox comió el racimo de uvas con el ciego y al ver que éste las comía de dos en dos él decidió callar y comerla de tres en tres, actualmente el fin moralizante de las peripecias de los nuevos pícaros ya no son un aviso a navegantes, sino una forma de vida deseable para quienes tendremos que esperar sobre el andamio hasta los 67 años para cobrar una pensión o para aquellos jóvenes que tras un esfuerzo inconmensurable en su formación optan a un trabajo en unas condiciones cada vez más onerosas, convirtiendo la soñada sociedad de oportunidades en una sociedad de desigualdades, Hacienda ya no somos todos.

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