Caben pocas dudas de que cuando, en la campaña electoral, Donald Trump prometió que haría a América grande de nuevo, se refería exclusivamente a los Estados Unidos y no al conjunto de sus vecinos, también americanos. De hecho, viendo como viene Trump del sector inmobiliario, no resulta extraño que esté cimentando su relación con sus vecinos de continente en base a muros… y algún puente.

Del que más se habla es del que pretende construir en la frontera con México para, supuestamente, proteger a su país de la inmigración ilegal. La polémica no radica tanto en la construcción del muro físico en sí, pues nadie pone en duda la legitimidad de un país de proteger sus fronteras, sino todo el simbolismo que ha asociado a ese muro, prepotencia incluida al afirmar que la factura de su decisión la pagará el vecino. Prueba de ello es que ya existen centenares de kilómetros de vallado en la extensa frontera sur sin que se levantara tanta polvareda. Y es que, junto al muro físico, Trump ha ido construyendo otro mucho más peligroso en el corazón mismo de los Estados Unidos, el de la xenofobia, el de presentar a los vecinos del sur como sujetos peligrosos, “bad hombres” por usar sus propios términos, un mensaje que tiene una preocupante acogida en amplios sectores sociales y que Trump agita cada vez que necesita desviar la atención.

Un tercer muro está relacionado con el giro proteccionista de la política económica estadounidense, que no puede desvincularse de los anteriores. Así, de nuevo México es injustamente presentado ante la opinión pública como quien se lleva los puestos de trabajo que faltan en Estados Unidos, sobre todo en el sector industrial. Y digo injustamente porque con una tasa de desempleo del 4,8% entre mayores de 16 años, EE.UU. es prácticamente una economía con pleno empleo, con lo que el mensaje tiene más de ideológico que de real.

Pese al tono comedido del presidente Peña Nieto y los intentos de rebajar la tensión del secretario de Estado Tillerson durante su reciente visita a México, el propio Trump insiste en reiterar las amenazas de elevar los aranceles y presionar al sector industrial con inversiones en México, no sólo al estadounidense sino también al japonés y al europeo. Y aquí hay más en juego de lo que puede parecer, porque si bien es difícil que se produzcan desinversiones estadounidenses, también es cierto que el panorama es poco atractivo para nuevas inversiones, una oportunidad que las empresas europeas pueden y deben aprovechar. Puede que por eso se hayan acelerado los trabajos para la modernización y actualización del tratado de libre comercio entre México y la UE, algo que preocupa a Tillerson, quien, por proceder de Exxon, sabe bien que solo en el sector energético el muro proteccionista de su jefe pone en peligro un negocio de miles de millones de dólares, ya que el crudo es una de las principales exportaciones de México a Estados Unidos, que luego importa refinado en forma de gasolina. De ahí su interés por aplacar la tensión con los vecinos del sur, en un tono claramente contrapuesto al de su jefe.

El cuarto muro está relacionado con la política medioambiental. El presidente Obama reforzó los lazos con Hispanoamérica en gran parte a través de los 2.500 millones de dólares que entre 2010 y 2014 invirtió en terceros países para luchar contra el calentamiento global. Antes de ceder el testigo, comprometió otros 3.000 millones para el Fondo Verde del Clima (GCF), y, si bien ya transfirió 500 millones, conociendo la posición de Trump sobre el cambio climático, existen serias dudas sobre la transferencia de los fondos restantes.

Además, la nueva administración anuncia cambios en la política del Export-Import Bank y de la Corporación para inversiones privadas en el Extranjero (OPIC), dejando de favorecer préstamos a proyectos basados en energías renovables, para limitarse a aquellos con viabilidad comercial. Este cambio de política inversora conlleva la reducción de incentivos para la inversión de empresas estadounidenses en energías renovables, sobre todo en América Central y Caribe –áreas prioritarias para la Administración Obama-, pero también pone en peligro los compromisos adquiridos en la Cumbre de París por países como Colombia, Argentina, México, Bolivia o Perú que condicionaron sus planes de reducción de emisiones a la disponibilidad de transferencia tecnológica y a la financiación internacional.

Sin embargo, todo no son muros, pues algunas de las decisiones de Trump lo acercan peligrosamente a algunos países del continente americano. Los ataques a la prensa y el veto a que determinados medios, como la BBC, el NY Times o el LA Times, accedan a ruedas de prensa de la Casa Blanca por no ser condescendientes con el poder resultan familiares en latitudes más meridionales. Es significativo que un medio como CNN haya sido expulsado de Venezuela y vetado en Washington de forma prácticamente simultánea. Por una vez, no sabemos si es peor el puente que los muros del promotor Trump.

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