Corría el año 1633 cuando el astrónomo, filósofo, matemático y físico italiano Galileo Galilei, eminente hombre del Renacimiento tuvo que abjurar de su visión heliocéntrica del mundo ante el tribunal de la Santa Inquisición manifestando “eppur si mouve”, y sin embargo, se mueve, evitando así ser condenado por hereje.

Hubo que esperar al menos 359 años hasta que Juan Pablo II pidiera perdón por la injusta condena y a la vista de los avances tecnológicos determinar así que efectivamente la teoría heliocéntrica no era una blasfemia, no se podía contradecir a la naturaleza. A pesar de lo que ha llovido desde entonces, un sector de la Iglesia católica sigue contradiciendo a la naturaleza y para muestra un botón: la asociación ultracatólica Hazte Oír pasea un autobús por Madrid con un mensaje contra los niños transexuales, recordando que si naces hombre, eres hombre y si eres mujer, seguirás siendo mujer, aludiendo a que los genitales con los que una persona nace, determinarán su género.

Cualquiera que recuerde la reciente campaña efectuada por la Asociación de Familias de Menores Transexuales Chrysallis, a través de la cual nos hacía ver que el género no se encuentra entre las piernas, sino entre las orejas, verá otra campaña confrontada que al menos pudiera incitar a la discriminación de quienes muestran un género que no se corresponde con lo que se espera atendiendo a sus genitales.

A nadie se le ocurrirá dudar a estas alturas de la existencia de los estados intersexuales, además de la transexualidad. La naturaleza es tan diversa que el manido maniqueísmo sigue presente en nuestra sociedad y a veces financiada con fondos públicos como la asociación Hazte Oír declarada de interés público a pesar de que no estén fomentando la tolerancia con este tipo de campañas, uno de los requisitos exigidos por la ley para ser protegida con este velo.

Quizás quién suscribe estas líneas no sea un modelo de católico tal como proclama la referida asociación, pero como padre de un menor transexual me siento muy orgulloso de él, de su integridad y de su tolerancia y de haberme enseñado que es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio y que prefiero al Jesús que preguntó a la mujer adúltera que dónde estaban los que te condenan, que al Dios rogando y con el mazo dando que predican, si bien más que un mazo, ahora sea un Yunque.

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