Las posibilidades de comunicación que abrieron los mass media en la últimas décadas ganando en globalidad terráquea y simultaneidad produjeron, sin embargo, el efecto boomerang inesperado de lo que se llama la post-verdad. La apertura efectiva del horizonte vital del individuo humano a nivel planetario ha generado, además, como contrapartida, un debilitamiento y una inseguridad mental característica. El mundo se ha hecho pequeño en el espacio por la espectacular rapidez de los transportes y también se ha reducido en el tiempo gracias a los media que traen por así decir, con sus imágenes a velocidad instantánea, la "montaña a Mahoma", sin falta de que "Mahoma vaya a la montaña". Lo lejano y tardío se ha convertido en cercano y pronto a comparecer. Con ello se ha visto acrecentado, de forma inimaginable antes de que se inventase la televisión, o se desarrollase la informática, el caudal de información fresca y vívida.

Hasta tal punto es esto así que la diferencia de un individuo ávido de información cultural en el siglo XIX y uno actual es de tal tamaño que provoca, por sí misma, un cambio cualitativo. La comparación hay que centrarla, no tanto en las informaciones mismas, como en las posibilidades de informarse. Porque precisamente, al ser tales posibilidades actualmente tan inmensas, lejos de despertar el deseo de alcanzarlas, muchas veces lo matan antes de nacer, abrumado el sujeto ante una información interminable. Y por otra parte no sólo es este hecho puramente cuantitativo el más destacable. Pues, es quizás más importante aún el análisis de los propios media como medios. Unos medios que, en una realización de lo que Nietzsche llamó la inversión de los valores (Umwertung), invierten la jerarquía de valores antes predominante en el tratamiento de la información. Y además la pervierten porque, para los media, noticia es lo que es nuevo, raro, exótico, minoritario. Noticia no es lo que ocurre normalmente, sino lo inesperado, lo invertido, lo anormal.

De tal forma que la información, de grado o por fuerza, debe presentar gran parte de sus contenidos, y tendencialmente todos, como extraordinarios. El sensacionalismo resultante es así una especie de fase superior del imperialismo cultural actual de las grandes cadenas mediáticas. Pero, aunque fuente de un gran poder e influencia, no deja de ser una perversión de los media que se extralimitan en sus funciones. Un imperialismo mediático que se aprovecha de unas masas sumisas, las llamadas mayorías silenciosas, integradas después de la Segunda Guerra Mundial en el llamado Sistema del consumismo y del bienestar. Unas masas que han pasado de un estado de rebelión durante el siglo XIX y la primera mitad del siglo, que trajo la Revolución Rusa, a un estado límite exactamente contrario, de sometimiento y abulia, definitivamente establecido tras la caída del Muro de Berlín, que pone fin a décadas de rebeliones y guerras, cargadas de tragedia y sublimidad.

Como consecuencia de esta integración de las masas, antes rebeldes, crece, como su reverso inevitable, la rebelión de las minorías, que imponen su poder reticular aprovechándose de ese estado de postración en que han caído las mayorías, entontecidas por una torpe política de entretenimiento y consumo que sólo triunfa a escala realmente mundial con la caída del muro de Berlín. Pero una política que, como un arma de doble filo, también se vuelve contra él.

Hoy asistimos precisamente al divorcio creciente entre los grandes medios y el establishment político-social de las llamadas sociedades de masas occidentales regidas por las normas de un trabajo digno, una familia tradicional y una religión cristiana. Al margen de la bondad o maldad del asunto, lo interesante aquí es observar la capacidad impresionante que un grupo minoritario y, subrayamos, no legitimado por las urnas, tiene para secuestrar la voluntad popular. Una opinión pública, es cierto, ya previamente caciqueada, a través del bombardeo propagandístico, por las oligarquías políticas durante las elecciones. Los periodistas hablarán de labor de limpieza y transparencia, necesaria ante la sucia y oscura corrupción y caciquismo en que han caído los gobiernos. Pero debe observarse aquí que la escoba que barre, Ciudadano Kane por medio, puede estar ella tan sucia como lo barrido.

Dicho secuestro trata de legitimarse en una falsa conciencia, típica de minorías, que se auto-proclaman como salvadoras de la Humanidad, extralimitándose en sus funciones. Dicha extralimitación se observa cuando del periodismo de información se pasa al de denuncia e inquisición, con las correspondientes campañas y persecuciones mediáticas, en una especie de reproducción simulada de un legislativo y de un poder judicial paralelos, aunque de papel.

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