Debo confesarles que si no fuera porque vivo en España y, sobre todo, porque desde que nací en España he sido testigo, como el resto de los españoles, de los cientos de asesinatos, secuestros y extorsiones que la banda criminal ETA cometió, mucho de lo que ahora se dice y se lee de estos cobardes asesinos, parece sacado de un cuento de Walt Disney.
Ahora, en estos tiempos de buenrollismo y de interesada hipocresía, la llamada "izquierda abertzale" calificada de -¡atención al término!- "artesanos de la paz", pretende blanquear el sucio y vil pasado de las alimañas, intentando confundir la realidad presente con la única intención de seguir haciendo caja -sí, negocio puro y duro- falseando y tergiversando la propia historia, la que ellos mismos tiñeron de sangre con sus asesinatos indiscriminados frente a inocentes víctimas -hombres, mujeres y niños-.
Pues bien, según el último plan anunciado el viernes por la banda terrorista, esos artesanos de la paz serán los encargados de señalar dónde se encuentran los zulos de ETA y sus armas. El objetivo, según anuncian ahora, pasa por un desarme total que se hará efectivo el 8 de abril del presente año.
Si a algún extranjero le llega un titular de este tipo, en su país de origen, puede que hasta le parezca un guión de una película con final feliz, casi de romanticismo. Artesanos de la paz, y tal...
Pero no, aquí, no nos engañan. Es imposible. Demasiada sangre derramada. 858 personas inocentes asesinadas. Miles de heridos, mutilados, amputados... para toda la vida. Miles de familias muertas en vida, esperando, inútilmente, el regreso de sus seres queridos, que jamás podrán regresar de las tumbas en las que les metieron aquellos asesinos. Cientos de extorsionados y secuestrados que siguen sin poder pegar ojo por haber vivido su particular infierno, gracias a la acción de estas alimañas.
Para que este cuento de hadas y princesas pueda realmente tener un final -nunca feliz- es necesario que sucedan algunas cosas que callan esos artesanos de la paz. Así es, por una parte, además de entregar las armas -ojo, también y, sobre todo, las armas que llevan las huellas de los terroristas que dispararon sobre la nuca y por la espalda, de tantos inocente-, se deben esclarecer los más de 300 asesinatos que la banda criminal ETA perpetró y que aún no se han podido resolver, puesto que ninguno de los artesanos de la paz o de los hacedores del mal están dispuestos a colaborar con la Justicia para tal fin. Por otro lado, los condenados por terrorismo, deben rendir cuentas pagando las cantidades que por responsabilidad civil adeudan a sus víctimas. Y, como pequeño detalle, cuestión de un verdadero proceso de paz: Disuélvanse, ya, la banda terrorista y criminal.
Apuntadas algunas de las condiciones mínimas e imprescindibles para poder hablar realmente de paz, no es menos cierto que, aún cumpliéndose todas las anteriores, nunca estaremos ante el último zulo descubierto a ETA. Siempre será el penúltimo. El zulo que jamás podrá liberarse ya es el que muchos llevamos dentro de nosotros. Un zulo oscuro y lleno de tristes recuerdos, marcados por el dolor tan inmenso causado por el vil y cobarde asesinato de 858 inocentes -incluido el último fallecimiento, el de nuestro amigo Fernando Altuna, quien tampoco fue capaz de liberarse del suyo. Descansa en paz, amigo-.