Querida familia:

El gobierno británico, con Theresa May a la cabeza, ya ha puesto en marcha el brexit. Comparto esta confesión con vosotros tras haber desencriptado la clave del WiFi del vecino. Si no nos ha importado robarles el trabajo, imaginad la conexión a Internet...

A los inmigrantes nos están confinando en barracones, construidos por nosotros mismos a las afueras de la ciudad. Nos despiertan al alba con canciones de los Beatles y David Bowie, y desayunamos restos de fish and chips. La autoridad local nos ha requisado las reservas de jamón y chorizo que escondíamos en las despensas, y sólo podemos beber té en cada comida. Nos están reeducando con capítulos de Benny Hill y Mr. Bean.

Cuando accedemos a nuestras cuentas de Netflix solo podemos ver The Crown, la serie sobre la vida y obra de Isabel II de Inglaterra. Sospecho que hubo fraude en el recuento de votos del referéndum. No contaron las papeletas de los primates de Gibraltar y los de los monos que deambulan por el Peñón tampoco. Se rumorea que quieren alcanzar un acuerdo con el gobierno español: nos devolverían Gibraltar a cambio de que les entreguemos Benidorm y Magaluf. Los españoles tenemos que desfilar por Trafalgar Square para recordarnos la derrota naval que nos infligió el almirante Nelson. Un compatriota díscolo se rebeló y les mencionó el repaso de Blas de Lezo a Venon en Cartagena de Indias. Lo apresaron y lo obligaron a hacer balconing sin piscina.

Debemos llevar un uniforme a rayas durante las largas jornadas en el barrio alambrado donde nos han trasladado. Cada nacionalidad lleva una señal identificativa distinta: los franceses, la Torre Eiffel; los italianos, el Coliseo; los portugueses, el busto deforme de Cristiano Ronaldo; y los españoles, una plaza de toros. Si llegamos tarde al puesto de trabajo, nos encierran en un cuarto oscuro y nos someten a unas torturas insufribles: nos proyectan vídeos de ingleses barrigudos veraneando en Marbella, tapeando y bebiendo Cruzcampo en chiringuitos y terrazas, y con Despacito sonando de fondo.

Han empezado los trámites del divorcio de Europa, pero los nativos rondan a las españolas en los pubs. Nada nuevo. Enrique VIII rompió con la Santa Iglesia Católica y el Papa Clemente VII para casarse con Ana Bolena. También le rebanó el pescuezo a su amigo, Tomás Moro. Pero la leyenda negra siempre recae sobre el Imperio español… Pero tranquilos, si nos siguen jodiendo, volveremos antes de lo que creéis. Y si nos escapamos: ¿quién les va a servir el té, a limpiar la casa, a recibirles en los hoteles, a ponerles la sonda en los hospitales, a cuidarles a sus abuelos en la residencia, a fregarles los platos, a cobrarles la compra en los supermercados, a enseñarles a comer…? No sé qué hacer.

Don Mariano, nuestro Churchill particular (uno salvó a Europa del nazismo y otro le ha parado los pies al chavismo de Vallecas), lo definió muy bien: “It is very difficult todo esto…”.

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