Hay victorias cuyo simbolismo refuerza las convicciones con las que se trabaja. En estos triunfos suelen conjugar un escenario de altura, un rival con enjundia y un momento de cierta duda en el grupo. Con todos estos elementos se presentó la Selección en París dispuesta a confirmar las buenas sensaciones emitidas en Gijón ante Israel. Pese al ruido mediático posterior, con el exabrupto de Piqué y la aplicación- con acierto- del VAR (el videoarbitraje puesto a prueba por la FIFA), el combinado entrenado por Lopetegui aprobó la cita con nota.
Desde las debacles en Brasil y Francia, sin pasar la fase de grupos del Mundial y eliminada en octavos ante Italia, la Roja perdió el crédito logrado en el ciclo glorioso de 2008 a 2012. Nada nuevo en el fútbol, que adolece de memoria. El crédito se pierde de golpe y se logra poco a poco. Una situación en la que también se ha visto su rival del pasado martes. Francia, aunque ya se codea entre las favoritas a los títulos tras ser finalista en la última Eurocopa, sigue a la búsqueda de un estilo que impulse a la fructífera cantera. Los Dembélé, Mbappe y compañía, aunque prometen, aún necesitan más recorrido.
Se hacía necesario por tanto para España un golpe en la mesa ante un rival de prestigio. Todo ello más importante si cabe teniendo en cuenta que de los últimos 11 partidos disputados ante rivales de entidad solo contabilizaba dos victorias (las logradas en Alicante ante Inglaterra y en Bélgica). En Francia lo hizo sin discusión. Por fútbol y por vídeo la Selección recuperó sus señas de identidad. Una cita alentadora a un año vista del próximo Mundial de Rusia.
El balón volvió a silbar, los volantes cogieron el partido por la pechera y arriba tanto Pedro como Deulofeu añadieron el picante necesario para el estilo del combinado español. Más dudas ofrecieron tanto Morata como De Gea. La figura del 9 en España sigue siendo un acertijo que ni Del Bosque ni, de momento, Lopetegui han logrado descifrar. El predominante papel de los centrocampistas en el juego incomoda sobremanera a los delanteros. En el caso de De Gea se le sigue viendo timorato en las salidas, apenas sale del arco, y obliga a la defensa a defender cerca de la portería.
Otra de las notas positivas que deja este último parón de selecciones para Lopetegui es la buena respuesta que el relevo generacional sigue dando. En esta última convocatoria el seleccionador nacional reunió en el equipo a Koke, Thiago, Isco e Illarramendi, el mediocampo con el que logró la Eurocopa de 2013 en Israel. Lopetegui, al igual que Del Bosque, mira a su pasado para impulsarse al futuro. Sabe que del encaje de los Isco, Thiago, Koke y compañía depende en gran medida el futuro de la Selección. Sus chicos, mezclados con los veteranos Ramos, Piqué, Silva o Iniesta, se compenetraron de maravilla. Una señal inequívoca para el optimismo.
Coge vuelo por tanto el proyecto de Lopetegui a partir de la camada campeona en 2013. Isco y Thiago son fijos para el técnico vasco, Illarramendi debutó en una convocatoria con la absoluta, y Carvajal y Nacho son habituales entre los elegidos del técnico por poner ejemplos del asentamiento de la nueva generación. Un equipo que fue garante del estilo que ha brindado los mayores éxitos del fútbol patrio. Frente a los que exigían revolución tras la caída a los infiernos en los últimos torneos, embarrando el patio, olvidando lo logrado y, sobre todo, cómo se consiguió, Lopetegui ha impuesto cordura y sosiego, recuperando los códigos que hicieron grande al grupo entrenado primero con Luis Aragonés y después con Vicente del Bosque. Contra la revolución, evolución. Esa evolución tiene origen en su regreso al pasado. Desde las señas de identidad que hicieron grande España, la Roja coge impulso hacia el futuro. Lo hace además con la convicción de estar en el buen camino. Bien lo sabe Francia.