Nos guste o no, somos un país de contradicciones. Podemos hacer un acalorado debate de cualquier cosa, pero por cualquiera... En palabras de Eduardo Galeano, nos importa más el funeral que el muerto, la boda más que el amor y el físico más que el intelecto.
Vivimos en la cultura del envase, que desprecia el contenido. Una muestra de ello, es la polémica suscitada referente al decoro parlamentario y al consumo de Coca-Cola en el comedor del Senado del senador Ramón Espinar, extremadamente osado al no cumplir con lo prometido. Qué razón tenía el gran Galeano, nos fijamos en el envase. Pero si queremos reflexionar sobre el contenido y no concretamente al líquido azucarado de color negro, sino a las circunstancias de porqué hemos llegado hasta esta situación esperpéntica.
El Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) con su barómetro detectó que con posterioridad a conocerse las sentencias dictadas en el caso Nóos y de las tarjetas black de Caja Madrid, los españoles estamos realmente preocupados por la corrupción. Fruto de esta situación, han comenzado las idas y venidas por las diferentes Comisiones de Investigación y preguntas parlamentarias, desde la oposición al Gobierno, las más de las veces con exabruptos e ironía originando un debate alternativo sobre el decoro parlamentario, diluyéndose así la atención sobre la causa principal, esto es, la corrupción política o el mal uso del poder público para conseguir de forma secreta y privada una ventaja ilegítima.
Como lector soy fiel defensor del buen uso de la palabra, no comulgo con el lenguaje tabernario, pero si nuestra conducta se asemeja a la de un mangante, no debería asustarnos que nos comiencen a tratar como tal. Flaco favor hacen al decoro parlamentario unos y otros, pero a los contribuyentes, al pueblo, a la gente, a los que nos dura más el mes que el sueldo quienes nos están jodiendo son los que se lo están llevando calentito y los que no se quieren enterar que si no puedes acabar con la corrupción, al final acabarás siendo parte de ella.