Pertenezco a una generación que cambiaba pesetas por francos a veinticinco para ir con la novia  a Perpignan y ver El Último Tango en París en aquel sórdido Cinema Castillet digno de pajilleros. Soñábamos entonces con ser europeos con la misma intensidad con la que cada noche lo hacíamos con María Schneider. Sin conocimiento. Y así nos fue.   

Han pasado poco más de treinta años de aquel orgasmo de felicidad que supuso la incorporación de España en el Mercado Común Europeo, y quince desde que cambié mis ultimas pesetas por Euros creyendo que la nueva moneda me convertía en Europeo instantáneamente. Pero no fue así. Tardamos poco en percibir que aquel idílico mundo sin fronteras, ni barreras en donde el norte y al sur serían iguales era solo un sueño, como cuando suspiraba por las noches con la bella María.

 Despierto angustiado escuchando las soflamas Marine Le Pen, sin bigotillo, pero con el mismo mensaje rupturista y desestabilizador de papá. Habla de una Francia unida lejos de la UE y del Euro y sin inmigrantes. El mismo mensaje que Farage y su brexit. Pero por encima de todo  me sorprende ver los rostros de complacencia de quienes le aplauden y votan el próximo domingo. Son la esencia de esta Europa virtual que se ha dejado seducir por sueños imperiales y xenófobos. En Francia, como antes en Reino Unido, el mensaje de odio es fácil de vender. Solo hay que recorrer París y suburbios como Aulnay-sous-Bois para entender que el mestizaje democrático tan aceptado en los 70 y 80 terminó convirtiéndose en colonización y odio; especialmente cuando lo que sobra es mano de obra y miedo al terrorismo yihadista.  

¿Cual es el origen de este  virus populista y cavernícola que ataca a 750 millones de habitantes que presumían ante las grandes potencias de, Estado de Derecho, pujante economía, Bienestar y libertades? La Gran Europa de la Liberté se ve hoy amenazada porque en el camino se han perdido la   Fraternité y la Égalité. Si es que algún día existieron.

¿Que será de nosotros si abandonamos el sueño europeo? Volveríamos a la peseta, a la recesión, a la deuda, al ataque de agricultores y ganaderos franceses a los camiones españoles. Al abandono, al parte de RNE y a la amenaza real del Zar de todas las Rusias.

El error de partida de esta Europa virtual es la  consecuencia de construir parlamentos y economías en lugar de conciencias. El resultado es la innegable carencia de identidad en un proyecto que amenaza ruina ante el mensaje claro de los populismos. Se nos cae a pedazos el sueño europeo y pocos serán quienes se atrevan a sujetarlo si Le Pen resultara ganadora. Carlomagno, Napoleón y Hitler con su Festung Europa anhelaron una Europa común pero  ninguno lo logró porque la melange de identidades y conflictos históricos son imposibles de fusionar.

Me resisto a creer que  del sueño europeo solo quede al final un gran edificio en Bruselas en cuyo interior trabajan hoy 751 eurodiputados y dos mil funcionarios a los que reconozco jamás presté más atención que a la de sus abultados sueldos. No, no los envidio. Nada hay más tedioso y mortal que una vida regalada aunque ellos seguramente aún lo ignoren.

Escucho decir a nuestros políticos que después de treinta y dos años dentro  la UE el balance es positivo para España. ¿No hay quien lo dude verdad? Ya no imagino una Europa sin tratado de Schengen, insolidaria con los inmigrantes, con una economía de dos o tres velocidades, despiadada con los países periféricos y sin el coraje necesario para enfrentarse unidos a los corsarios ingleses que amenazan a España enviando a la Navy para proteger Gibraltar.

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