Esperanza Aguirre ya vive en los días posteriores a la tercera dimisión de su vida política, con sus dos más cercanos colaboradores en sus últimos catorce años de poder omnímodo en Madrid, “entre rejas”: Francisco Granados en prisión preventiva hace dos años e Ignacio González durmiendo en la cárcel de Soto del Real junto a su hermano Pablo, su cuñado Juan José Caballero, su colaborador Edmundo Rodríguez Sobrino y los exdirectivos del Canal de Isabel II, María Fernanda Richmond (exdirectora financiera), Ildefonso de Miguel (exgerente) y Adrián Martín López de las Huertas (exdirector general), en relación con el saqueo realizado sobre esa sociedad, donde se posaron los ojos de los neoliberales de boquilla, que no gustan de la sanidad pública, ni de la educación pública, pero sí del dinero público, sobre todo para canalizarlo hacia sus bolsillos privados, especialmente si están custodiados en carteras off shore.

Pero antes de la fijación por el patrimonio del Canal de Isabel II, otra empresa madrileña fue víctima de las mismas praxis, se trató de Caja Madrid, la tricentenaria entidad, antes conocida como Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Madrid. La forma de entender el poder, de tomar el control, de fagocitar cualquier rasgo de profesionalidad en su gestión, de esquilmar sus recursos, de utilizar la dirección de gestión de personas como una agencia de colocación para los propios, fueran hijos, parejas, cuñados, yernos o amantes, alejándose de la mínima y necesaria meritocracia que acabó con los sueños de miles de empleados honestos a los que les fueron hurtadas sus ilusiones, e inutilizando la capacidad crediticia de la que llegó a ser la segunda entidad financiera más solvente de España, entre las europeas, a base de financiar proyectos, sin en el mínimo análisis de control de riesgos, en base a recomendaciones y amistades.

En época de Esperanza Aguirre, Ignacio González era el encargado de trasladar sus órdenes al débil y manipulable, Miguel Blesa, empezando siempre sus indicaciones al amigo jienense de Aznar con el latiguillo de: “…dice la jefa…”, ¿la jefa de qué?, eso me lo preguntaba yo entonces, y me lo sigo preguntando hoy.

Lo que supuso en esa época estar en Caja Madrid se resume en el hecho de que los políticos del momento preferían un sillón en el Consejo de Cdministración de esa entidad, en lugar de ser ministros, tal como hizo Mercedes de la Merced renunciando a la propuesta de Aznar, cobrando fidelidades a través de Tarjetas Black, desde el expresidente de la CEOE, al exjefe de la Casa Real; desde la propia secretaria de Aguirre, Mercedes Rojo Izquierdo, nombrada consejera sin ningún conocimiento financiero, a la socia de la mujer de Ignacio González, Carmen Cafranga, nombrada directora de la Fundación Caja Madrid, y si había que conseguir dinero fácil para cualquier proyecto, ahí estaba la jefa, su número dos… y el exinspector fiscal Blesa, dedicado a los más costosos gustos, desde vino Vega Sicilia a cacerías dignas de un rey o ensoñaciones de seductor, solo viables con cargo a la amplia billetera black que manejaba.

La alegoría final que el paso del tiempo nos regala es el hecho de que, decidida la sustitución de Miguel Blesa, fueran Rodrigo Rato e Ignacio González los candidatos planteados por el aparato del Partido Popular (PP) para ello, alejándose de cualquier criterio de profesionalidad; aunque eso sí, visto lo visto, difícil encontrar dos personas con tantas coincidencias, especialmente judiciales, debido a sus ambiciones económicas, de ambos, para si mismos.

Yo entré a trabajar en aquella casa, hace más de cuarenta años, era poco más que un adolescente y mis mayores de entonces me decían: “Chaval trabaja, se honrado, fiel, cumplidor y tu futuro estará asegurado”, pero aquella entidad que era la segunda más deseada para trabajar por los españoles, junto a El Corte Inglés, no consiguió sobrevivir al saqueo de las presidencias consecutivas de Miguel Blesa y Rodrigo Rato, ni a los catorce años de influencia de la señora Aguirre en ella, y las consecuencias las pagamos toda una generación a base de incertidumbre para nuestros próximos años, justo cuando más certeza precisábamos.

¿Qué hicimos para merecernos esto? La respuesta es maquiavélica, y queda a la vista, ante hechos como los ahora conocidos en el Canal de Isabel II, igual que pasó con aquella Caja Madrid, fue tener éxito y generar beneficio. El dinero vinculado a ello es lo que atrajo el interés de esta gente, cómo la mierda a las moscas… esa fue nuestra condena.

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