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La era de lo minoritario

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La época actual, en la que irrumpe lo que he denominado en otros lugares la rebelión de las minorías, es también la época del arte minimal, del small is beautiful, de lo light, de las jergas y argots, etc. Lo trágico del asunto es que el consumo de estas creaciones minoritarias es masivo y normalizado, con lo que inmediatamente se desvirtúan, convirtiéndose dicha creación en una impostura, en un producto kitsch, falsamente minoritario. Pero el imperio de las minorías, bajo el que empezamos a estar todos cada vez más sometidos, aunque tenga manifestaciones brutales y violentas como las del terrorismo, sea este etarra, corso o islámico, se aprovecha sobre todo de un estado psicológico que haya sus formulaciones, ya tópicas, en el auge de las llamadas enfermedades mentales: la esquizofrenia, la paranoia, etc. Asimismo, encuentra también apoyo en el aumento de las depresiones, y la sensación, muy extendida, de impotencia, alimentada por el imperio de la endémica corrupción oligárquica y el caciquismo mediático asfixiante.

Damos por supuesto que estas minorías no deben confundirse con las élites, entendidas estas en el sentido orteguiano de minorías egregias. Pues estas minorías étnicas, sexuales, etc., no tienen que tener por característica la excelencia. No obstante ello, no se trata, sin embargo, de contemplar este sorprendente ascenso de las minorías a la superficie de la Historia con desdén o desprecio. Tampoco por parte de quien sostenga una concepción de la historia cuyo protagonista principal fuesen las masas, las mayorías, los grandes pueblos, etc., organizados y dirigidos por una élite de individuos egregios. Pues, podría esta concepción mantener que la sociedad humana es sobre todo popular, hasta el punto de que sin una egregia aristocracia podría haber sociedad en un caso límite, p. ej. en la época barroca del siglo XVIII europeo, y más concretamente en la España goyesca donde manda lo nacional popular, en la que, como reconoce el propio Ortega, la aristocracia como clase dirigente ha muerto, sin que todavía la sustituya otra élite diferente, la burguesía; sin embargo resulta siempre posible también llamar sociedad, o sociedad distinguida, a un grupo en el que está ausente el pueblo. La sociedad por antonomasia, en un estado normal, no obstante, presupone siempre una masa mínima, organizada, o bien diferenciadamente, o bien de forma que predomine la igualdad, pero manteniendo siempre un equilibrio.

Pero, no por ello se debe menospreciar el poder positivo y regenerador de las minorías, siempre que se mantengan dentro de sus límites y función en la historia, sin robar en ningún caso el papel protagonista a las masas, al pueblo. Si lo hacen, ello constituye entonces un estado de rebelión, destinado al fracaso, por irreal. Mientras esta rebelión no es reprimida se manifiesta como una rebelión equívoca, adoptando y simulando continuamente aires éticos que no pueden ocultar del todo un rastro de impostura. Esto se puede observar cuando el minoritario pide que se declare el fin de la Historia, puesto que ésta, con mayúsculas, es el escenario natural de los grandes pueblos. Las minorías regionalistas suelen interesarse, más que por lo que se llama histórico, por lo antropológico, pues muchas de ellas carecen de Historia documental o, cuando la tienen, no ha sido decisiva para el desarrollo del curso histórico universal. Por ello, sólo si se acaba la Historia se acabará el protagonismo secular del hombre masa y podrá empezar el del hombre-minoría. Pero cuando se acaba la Historia, porque se abandona su punto de vista, la vida humana baja de nivel. Se celebran las derrotas y no las victorias. El falseamiento de la Historia posibilita, evidentemente, estas nuevas creencias. Sin embargo, más que el final de la historia, lo que se produce es una vuelta a su principio, a la época de la primera barbarie, al despotismo oriental. No es casualidad que en los años 60, a través de las minorías hippies, penetrase en Europa y EE.UU. la fuerte corriente orientalizante del Zen y la Meditación trascendental, hasta tal punto que la propia filosofía occidental, a la que se declaró muerta, iba siendo sustituida por estos sucedáneos filosóficos, emanados precisamente de grupos minoritarios, dirigidos por despóticos y poderosos gurús.

Grupos minoritarios, iniciáticos, cuya unidad se basa en una buena vibración, un estado de ánimo (feeling) por el cual un individuo se siente unido a un grupo de gente afín y, solo a través de éste, con el resto del mundo. De ahí que sólo a partir de la irrupción del romanticismo, en el siglo pasado, se pueda decir que comienza un fuerte interés por esta mística oriental, hoy transmutada en la mística de los nacionalismos. De ahí la influencia del señor Fukuyama con su cantinela del Final de la Historia y el peligro de la vuelta de los sátrapas.