Cuando al comienzo de su pontificado, el papa Francisco exhortó a los sacerdotes a salir a las periferias y a que fuesen pastores que olieran a oveja ofreció un nuevo comportamiento que él mismo iba a practicar. En el reciente viaje a Egipto, no sólo pastoreó a las ovejas de su rebaño, sino que atendió a otras ovejas.

La visita comprendió un triple ejercicio de arriesgada acrobacia. En apenas treinta y seis horas, el pontífice ha proporcionado "consuelo y aliento" a la maltratada minoría cristiana del país, traumatizada aún por los atentados que tiñeron de sangre el Domingo de Ramos; relanzar las relaciones con el islam tras los desencuentros anteriores; y minimizar el rédito político que trata de cosechar el régimen egipcio, responsable de una salvaje represión que ha ahogado todas las libertades públicas.

Egipto había sido históricamente uno de los países con mayoría musulmana, donde convivía pacíficamente la minoría cristiana, aunque -en realidad- los coptos no gozaban de plenitud de derechos civiles y sufrían discriminaciones administrativas y militares, en el contexto del viaje de Juan Pablo II. Por eso, sobrecoge la violencia sectaria de los últimos años, en zonas rurales y en las grandes poblaciones, como más recientemente en la península del Sinaí. No pudo ser más oportuna la visita de Francisco, “el Papa de la paz en el Egipto de la paz”, según el eslogan elegido por la jerarquía católica para la visita.

Con el eco aún fresco de los atentados que hace tres semanas segaron 47 vidas en dos iglesias de Egipto, el papa Francisco celebró el sábado el acto más multitudinario y emotivo de su fugaz periplo por la tierra de los faraones. Una misa en el blindado estadio de la Fuerza Aérea en la que el Pontífice reiteró su llamada a profesar "la cultura del encuentro" y mantener viva la esperanza.

Unos 10.000 fieles de las distintas ramas del cristianismo presentes en Egipto -desde ortodoxos coptos hasta católicos o protestantes- participaron bajo un sol de justicia en una ceremonia rodeada de estrictas medidas de seguridad, con el zumbido constante de un helicóptero Apache sobrevolando el coso. "La paz sea con vosotros", proclamó en árabe Francisco al arranque de una homilía pronunciada en italiano y basada en las tres palabras que resumen el Evangelio, "muerte, resurrección y vida".

"A Dios sólo le agrada la fe profesada con la vida, porque el único extremismo que se permite a los creyentes es el de la caridad. Cualquier otro extremismo no viene de Dios y no le agrada", declaró el Santo Padre en una homilía marcada por los ataques recientes contra la minoría cristiana -alrededor del 8% de los 92 millones de egipcios- y una larga e histórica discriminación gubernamental.

"No tengáis miedo -les pidió- a amar a todos, amigos y enemigos, porque el amor es la fuerza y el tesoro del creyente. La Virgen María y la Sagrada Familia, que vivieron en esta bendita tierra, iluminen nuestros corazones y os bendigan a vosotros y al amado Egipto que, en los albores del cristianismo, acogió la evangelización de san Marcos y ha dado a lo largo de la historia numerosos mártires y una gran multitud de santos y santas".

"Estoy feliz porque los cristianos egipcios vivimos un tiempo de dificultades y aun así el Papa ha querido venir y compartir con nosotros su mensaje de paz", comentaba Hapi, una ingeniera copta de 35 años, mientras accedía a un estadio propiedad de las fuerzas armadas -el poder que mece Egipto- testigo de uno de los sangrientos episodios que han jalonado la historia de los últimos seis años.

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