Opinión

Balada triste de poeta

El diputado de Junts pel Sí y reconocido cantante Lluís Llach.

El diputado de Junts pel Sí y reconocido cantante Lluís Llach. Efe

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Me llamó mucho la atención ver a Luis Llach en la televisión dando el cante sin cantar. En el momento de su aparición en las noticias no estaba prestando mucha atención a la pantalla y al principio no lo reconocí. Dado su look informal, con gorrito de lana incluido, y que estaba sobre un escenario, esperaba que detrás de él saliesen los otros dos componentes de El Tricicle, al tiempo que dudaba si no era Raimon. Me suelo liar.

Nunca lo he seguido como cantautor y menos aún sabía que andaba metido en política. Según he podido averiguar a posteriori es presidente del proceso constituyente. Ya saben, el famoso prusés que pretende desconectar Cataluña de España como el que aprieta el botón del mando a distancia.

Hasta ahí todo correcto, es muy libre, y muy catalán, aunque no tenga los ocho apellidos pertinentes a causa de la procedencia extremeña de su familia materna. Lo extraño, lo que me produjo un pequeño cortocircuito fueron las formas.

Porque sí, porque en esta vida hay determinadas actitudes que otorgan a quien las practica una indiscutible cualidad de bondad. O al menos se les supone. Algo así como aquella leyenda que figuraba en la cartilla de licenciamiento de los que tuvimos la enriquecedora experiencia de hacer la mili y que, al no haber participado (afortunadamente) en conflicto bélico alguno, rezaba así: valor, se le supone.

A los amantes de los animalitos, por ejemplo, y sobre todo si tienen mascota, se les supone una calidad humana especial. Los usuarios de bicicletas, por ecológicos, están en lo más alto de la escala de la ciudadanía. Luego, la realidad te demuestra que muchos Dr. Jekyll tiene su Mr.Hyde y te aparecen animalistas incívicos que no recogen las minas anti personas con las que sus canes plagan las aceras, o dejan que sus cachorrillos orinen sobre los costosos y corrosibles elementos urbanos y/o vehículos debidamente aparcados. Por su parte algunos ciclistas campan a sus anchas por aceras y contra-direcciones, apresurándose a darle al ring-ring si no tienes la bondad de apartarte como, parece ser, es tu obligación de sufrido peatón. Ni se te ocurra llamarles la atención, ni a unos ni a otros, por supuesto.

Por encima de dicha escala, rozando el cielo y a pesar de no ser santos de mi devoción, siempre me ha dado la sensación que estaban los cantautores, principalmente los de la canción protesta. Capaces de lo mejor, como crear composiciones convertidas, en algunos casos, en auténticos himnos cantados por sus acólitos, mecherito en mano pero, visto lo visto, capaces también de lo peor ya que, tras la comparecencia de Luis Llach, ha quedado patente que no es lo mismo la teoría que la práctica; cantar que gobernar.

Tirar todos de la cuerda para arrancar la estaca del poder, o algo así, dice la canción más famosa de Luis Llach. Una estaca que por lo visto ha decidido agarrar el cantautor con sus propias manos para clavarla, a modo de instrumento anti vampírico, en el pecho de funcionarios y ciudadanos en general que no cumplan las leyes de la nación catalana una vez desconectada. Desconozco si en alguna de sus letras hay expresiones como: "El que no la cumpla (la ley de transitoriedad) será sancionado”, “deberán pensárselo muy bien” y otras perlas amenazadoras que ha soltado últimamente el compositor, contra el pueblo, a modo de un “ordeno y mando” más propio de sus antepasados paternos, militares Carlistas ellos.

Puede ser también que al cantautor (poeta le llaman también) lo hayan cogido de títere, para que el tono amenazador del mensaje que algunos tenían interés en transmitir quedase algo diluido al ser realizado por el influyente comunicador musical.
A mí incluso llegó a darme algo de pena al verlo allí sobre el escenario, y me recordó a Raphael en la película Sin un adiós en la que el famoso cantante, Raphael, interpretaba la canción Balada triste de trompeta, con la cara pintada de payaso triste. Sólo que Llach, sin ir pintado, parecía más bien un triste payaso (el orden de los factores aquí sí que altera el producto) cantando su propia balada triste de poeta o recitando la balada, del verbo balar, escrita por otros.

Para acabarlo de arreglar, a los pocos días, el señor Puigdemont lanzó uno de esos globos sondas que a veces utilizan los políticos para ver la reacción popular consistente en plantear una pregunta sobre la idoneidad o no de cumplir siempre la ley. No sé si se refería a la ley Española o a la Catalana. Sólo espero que todo este desvarío no se convierta para todos los catalanes, incluidos los no independentistas, o sobre todo para ellos, en “Balada triste de trompeta”, la película de terror de Alex de la Iglesia.