¿Y en España, mientras tanto, qué? Pues que Spain is different, aunque parecida, y por eso ya tenemos también un candidato anti-establishment a la española: ese chico guapo y un poco tonto al que Zuzana la Zevillana quería pasear del brazo como la Aguirre se colgaba del suyo al niño Nachito González, ambos vestidos de chulapones y encantados de conocerse con sus sonrisas picaruelas…
Pero resultó que no, que Pedro Sánchez quiso ser candidato, y le dejaron; y luego quiso ser presidente, y eso ya sí que no; y en este año pasado interminable de elecciones que acabaron en purga (la del bello Sánchez a manos del feo aparato), asistimos a uno de los espectáculos más bochornosos del sainete político español, que dura ya casi 40 años (y mira que son años para una transición, a ver si fenece de una vez y transicionamos a una democracia, aunque sea por unas horas, antes de regresar a la tiranía que intenta asomar sus bigotes por el horizonte…).
Pedro Sánchez es hoy, como Trump en su día, el hombre al que todos odian: no lo quieren en su partido, ni en el PP, ni tampoco lo prefiere Iglesias, aunque diga lo contrario (el chepas sigue soñando con el sorpasso –esa maldita palabra gafe- y sabe que contra la gorda aún tendría una oportunidad, probablemente la última). Los medios de comunicación lo detestan, lo ridiculizan e intentan desanimarlo con falsas estadísticas, para que se retire de una vez. Pero sus enemigos tiemblan en secreto, pues cualquiera que esté siguiendo su deambular mitinero sabe que arrasa entre los militantes (y las militantas), hasta el punto de que estoy convencido de que, salvo pucherazo, Pedro Sánchez ganará las primarias del PSOE.
Y si yo fuera él lo iría advirtiendo, el riesgo de pucherazo, digo: lo primero, porque Susana la pescaera y su aparato, son muy capaces de engañarnos con el peso de los jureles, y hasta de vendernos docenas de diez sardinas; y lo segundo, porque esta denuncia es hoy una estrategia ganadora: la llamaremos “el gancho Trump”, directo a la nariz del adversario.
Votar Sánchez es votar contra el aparato del PSOE. Votar Sánchez es votar contra Rajoy. Votar Sánchez es votar contra Podemos. Votar Sánchez es votar contra La Sexta, Antena 3, la Razón, la Ser, El País, Cuatro, 13TV, ABC, El Mundo… el establishment mediático, la voz unánime de su amo. Y por lo tanto, contra el Ibex. Y contra la banca, que hasta un crowdfunding que se hizo el pobre se lo quisieron prohibir…
Éstos son los efectos del Spanish political establishment: tan cutre, tan sesgado, tan unánime (todos contra Trump, todos contra Putin, todos contra Le Pen, todos contra Assad, todos contra Gadaffi…), que con su odio sectario consigue engrandecer a sus rivales (¡todos contra Sánchez!), hasta el punto de haber convertido a esta criatura suya, hija de la mediocridad y la tristeza, en una figura temible para sus intereses, en un campeón del pueblo contra “la casta”.
Atardece. Las sombras se alargan, las ideas se confunden, e incluso quienes tenemos ya las orejas demasiado duras para escuchar (¡no digamos creer!) las mentiras melosas del régimen de poder instaurado e instalado en España desde el 78, las de sus periódicos y sus ciento diecisiete parlamentos, sentimos ciertas simpatías por el mozo, cual las sentiríamos por un cervatillo acosado por las hienas.
Sin embargo, en cuanto le he oído decir, en Cataluña, que “España es una nación de naciones”, he pensado: “dejemos que se lo coman”. ¿Qué farfullas, Pedro, por un puñado de votos? El caso es que la frase te suena, claro, pero esa frase procede de cuando España era un Imperio, y quería decir que los territorios de ultramar no eran colonias, como en los Imperios inhumanos y racistas del resto de países europeos, sino naciones, iguales al resto de España, que era “una nación de naciones”. Nunca se aplicó tal concepto a la España interior, esa frase es lo contrario de los delirios nacionalcatalanistas, que son separatismo y estatalismo al cuadrado, en donde la “nación” es excusa de otras ambiciones: dinero, poder, traición y robo. Pues sólo hay dos naciones políticas en la península Ibérica: los españoles y los portugueses. Y ojalá un día nos unamos en un mismo Estado, por la voluntad de ambos pueblos soberanos, y exclamemos: ¡Viva España! ¡Viva Portugal! ¡Viva Iberia!...
Mas dejemos de soñar. De sobra sabemos que, en estos tiempos difíciles, España necesitaría un Quijote, tan loco como para embestir contra los gigantes de la globalización, tan noble como para encerrar en su botella a los genios malignos del separatismo… Pero el destino, burlón, nos ha deparado un Sánchez. Igual hasta acaba en Moncloa, después de todo. Cosas veredes…