Opinión

Camba ayer visitó el Palace

Julio Camba.

Julio Camba.

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Ayer Chaves Nogales salió en una entrevista que hice a un tipo interesante en la famosa rotonda del Palace. Ese hombre era uno de los biógrafos de la obra de Julio Camba, quien además conocía bien los escondrijos de aquel primer hotel que se construyó en Madrid allá por el 1911. Las historias que albergan ahí, según me contaba este tipo interesante, podrían redactarse en un libro, uno parecido a El motel del voyeur, de Gay Talese. En el Hotel Palace corría un aire antiguo, misterioso, de haber superado una guerra civil y dos mundiales. Como si hubiese acogido en sus habitaciones desde literatos hasta asesinos o criminales.

Chaves Nogales hubiese estado atento a la conversación, sin duda. Hablábamos de la vida del famoso escritor y articulista Julio Camba, de sus viajes y su exquisito paladar para las comidas y el buen vino. Pero, sobre todo, hablábamos de su pericia de ser un adelantado para su época. Era un ciudadano del mundo, un dandi sin hogar, un trotamundos con porté y un amante de su perro salchicha y del alcohol. Los últimos años de Camba sucedieron justo en el mismo hotel en el que estuve ayer. Con esa famosa rotonda que alberga en el interior era imposible no imaginarse una escena cotidiana de los años noventa. Aquella majestuosa lámpara, perfilada de destellos minúsculos de luz, con una corona de oro que adornaba todavía más el espacio. Los sillones parecían ser Luis XVI, las mesas lijadas posiblemente por artesanos nacidos en el siglo XIX; y esos camareros podrían ser familiares de los antiguos botones de la época.

Si Camba hubiese estado ayer con nosotros, no hubiese podido saber dónde estaría el Palace, si en EE.UU., Inglaterra, Francia o Alemania por el mejunje de nacionalidades que se reconocían en aquellas mesas redondas. Sin embargo, sí lo hubiese adivinado por la comida, esa debilidad que él tenía y que además lo ha demostrado en La casa de Lúculo (Ed. Reino de Cordelia) y en centenares de artículos periodísticos publicados en El Sol o en ABC.

Como Azorín o Gómez de la Serna, Julio Camba tenía un estilo anarquista, como todos los modernistas. Los modernistas, sin embargo, se definían revolucionarios, literalmente hablando, y Camba, pese a no pertenecer nunca a esos grupos eruditos, se amamantó del perfil propio de comienzos de siglo, de leer una y otra vez a escritores, de imitar también, y qué vamos a decir…de copiar. Quién sabe. La vida de los escritores ya muertos es tan bohemia como lo es la gente no extranjera que aparece sigilosamente en el Hotel Palace con la prensa bajo el brazo. De tomar un café o whisky mientras olfatean la tinta y el trabajo de los periodistas que retratan historias todavía sin conocer, como por ejemplo las casualidades que sucedieron en el palacete, en la habitación 338.