A cada uno de los actos de terrorismo de guerrilla urbana que ejecutan aquellos que dicen matar y morir por su Dios, en el gran occidente respondemos con indignación, velas, vigilias, actos de repulsa, conciertos y minutos de silencio que se acumulan en las psiquis de los futuros terroristas haciéndoles, como mucho, revolcarse de risa.
Mientras los belgas, los franceses y ahora los británicos sufren las consecuencias de haberse convertido en blanco preferente de los actos terroristas de estos lobos solitarios, en el resto de países europeos respiramos una tensa calma conscientes de que desconocemos los motivos de porqué estos actos no suceden en nuestras fronteras, pues somos absolutamente incapaces ni de preverlos ni por supuesto de evitarlos.
La mediatización de cada uno de estos cobardes asesinatos, casi retransmitidos en directo, llega a lo más profundo de nuestro concepto de sociedad haciendo que el miedo guíe cada uno de nuestros pasos y se empiece a palpar en nuestras costumbres. Incluso parece que la nueva modalidad de atentado por atropello provocará en breve que cambiemos la fisonomía de nuestras ciudades para intentar evitar la circulación susceptible de mezclarse con el tránsito peatonal.
Ese y no otro es el objetivo de este movimiento terrorista: hacer vivir con miedo a occidente, cambiar su natural y despreocupado modo de vida aprovechando la demagogia que reina con mano de hierro en las democracias europeas.
Es la demagogia el enemigo más cruel del sistema político democrático, anestesia sus controles condenando su sistema de derechos.