En el dicho popular: "Asturias es España y lo demás tierra conquistada", alguna verdad late. Alguna verdad esencial aunque de esencias, algunos dirán, ya estamos hartos. Pero cuidado, en otros tiempos, durante siglos, la existencia se explicaba mediante la esencia. Ahora anteponemos la existencia a la esencia. Y decimos que la existencia es la casa del Ser y que la primera condición de nuestro ser es la vida.

Pero vivir supone el habitar, hacer la vida en algún lugar. Nosotros hacemos nuestra vida en un lugar llamado nación, nación española. Topológicamente, una nación es un territorio protegido por fronteras. Las fronteras, en su sentido negativo, separan, discriminan, impiden pasar a quien no deseamos entre nosotros. Pero también poseen un sentido positivo: el límite. El limes como decían los romanos.

Los romanos, no me canso de repetirlo, concibieron la frontera como un lugar lleno de vida. Lo defendían con las armas pero también lo cultivaron, lo civilizaron. Y cuando los bárbaros invadieron Roma ya estaban casi civilizados, es decir, preparados para vivir en la ciudad, para habitarla.

El hombre que habita la frontera, el fronterizo, es distinto del que habita el centro, está en continua alteridad, quiere pasar. Para pasar tiene dos opciones. Una, vencer o aniquilar a quien se lo impide. Otra, integrarse. Opciones que se expresan mediante símbolos muy variados. Unos gritan: "¡Alá es grande!". No están locos. Testimonian un deseo, una querencia oculta. Otros proclaman: "¡Patria o muerte!". Tampoco están chiflados. Simplemente hay cosas en la vida que no pueden ser expresadas de otra manera. Un símbolo, un poema, una obra de arte.

Los símbolos que configuran mi poema, nacieron en la frontera. En una frontera positiva. Unos dirán que están muertos, son los GLOBALISTAS. Otros, que vivos, son los defensores de la SOBERANÍA NACIONAL. Yo dedico este poema al símbolo más cercano y más joven de nuestra SOBERANÍA NACIONAL, a la princesa de Asturias, a la princesa Leonor, la más bella princesa del mundo:

No hubo cielo más alto que una braña,

ni tierra más libre en un asedio,

ni frontera más sólida en España

que un rey levantara como Oviedo.

Ni un origen más noble en la batalla,

ni madre más sagrada que en Euseva,

ni una cruz a la altura de la espada

con más fuerza en el acero de la idea.

Mucho más que los moros invasores

fue el olvido de tan insólita hazaña,

obispos como Oppas, esos traidores

que del mito y la historia hacen patraña.

De Europa el corazón fue don Pelayo

forjado con el temple de Toledo,

Señor sin servidores, sin lacayo:

Covadonga germinal, razón y credo.

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