Bloqueada, Iván, así estoy. Normalmente, bien lo sabes, me sobra inspiración ante las injusticias para escribir un artículo de opinión, una carta o simplemente una reflexión. Hoy, sin embargo, mi inspiración no está, se ha ido contigo, se ha ido con tus ganas de torear.
Para los que no te conociesen bien, tienen que saber que eso era lo que a ti te gustaba y apasionaba. Torear, entrenar, machacarte, estar siempre en forma, alejado de la vida pública; formabas parte del campo, tu sitio estaba ahí. Salvo cuando estabas en una plaza haciéndonos disfrutar con tu toreo puro, apasionado y siempre, siempre, sabio.
Los toros tenían mucha suerte contigo. Sabías aprovechar todo lo que podían ofrecer, y a veces más. Quizá porque te hiciste torero en pueblos y plazas pequeñas y portátiles, en capeas y saliendo desde las talanqueras. Ese mundo es algo que muchos desconocen, pero tú lo aprovechaste al máximo, pues esas eran las herramientas que la vida te dio para ser figura del toreo.
No te puedo recordar por hacerte famoso en revistas del corazón, por vender exclusivas o por ir a saraos. Eras un auténtico torero en un siglo confundido para tus maneras de entender el toreo. Yo siempre pensé que tú hubieses sido más feliz como torero de principios del siglo XX. Pero te tocó serlo en el siglo XXI, y te acoplaste a ello. Supiste llevar tu manera de vivir tu profesión en un mundo cada vez más injusto para los de tu especie, los que se arriman, ¡vaya, los que manchan el traje! Si no que se lo digan a Teo. Eras de los que tenían que comerse las corridas duras para demostrar que están a la altura de los mejores. Pertenecías a la especie que siempre tiene que demostrar más y, con todo, era injustamente valorado.
Por eso me hice fandiñista, por tu capacidad de levantarte cada vez que te caías, por tu constante heroicidad, por el equipo que conseguiste formar con tu apoderado.
Conseguiste lo que pocos consiguen: una gran unanimidad contra ti; que, por cierto, a estas horas en que escribo esta carta se torna en unanimidad también, pero esta vez distinta. Esta es más bien del tipo “todos eran tus amigos y todos reconocen lo gran torero que eras”; más vale tarde que nunca, desde luego. Pero quién nunca, nunca, te falló fue tu amigo, hermano (como tú decías) y apoderado. Ese Néstor capaz de dar la vuelta a cada mal paso…
Para que tú estuvieses siempre donde debías tampoco faltaron nunca los amigos de tu cuadrilla, y tus fandiñistas, por supuesto. Allí donde toreases, como mínimo, había una de nosotras informando al resto. Amigas, cómplices, compañeras de afición y seguidoras fieles de nuestro Iván Fandiño.
Tengo muy poco más que decirte, Iván. Solo que las fandiñistas seguiremos aquí eternamente y que nuestras cuentas en redes seguirán recordando a nuestro torero y tu gran historia, la de un gran héroe que, contra todo, tocó el cielo.
Tú una vez dijiste: “El auténtico guerrero sabe que solo tiene una opción: ganar o morir en el intento”. Y así ha sido, pero tan pronto… Solo espero que a estas horas ya estés con tus compañeros y que puedas charlar largo y tendido con esos maestros del siglo pasado, a los que tanto admirabas y con los que yo siempre te imaginé.
Adiós, Iván.