Entré en la facultad el mismo otoño que Felipe González nos convencía a muchos de que iba a cambiar este país tanto que, como decía su amigo Alfonso Guerra, no lo iba a conocer ni la madre que lo parió. No sé cuánta culpa y cuánto buen hacer debemos a ese triunfo del PSOE pero la realidad es que el cambio ha sido espectacular en todo, dentro y fuera de España, y en la medicina en particular.

En estos 35 años, en la medicina científica se ha producido un desarrollo incuestionable de los procedimientos diagnósticos de todo tipo de procesos, del tratamiento del cáncer, infecciones como el VIH que ni siquiera estaban descritas, la hepatitis C, los resultados de intervenciones quirúrgicas, los trasplantes y, en concreto en España, todo esto universalizando la asistencia sanitaria pública y siendo el cielo sanitario para muchos países, a pesar de todo el margen de mejora que podamos plantear.

Mientras tanto, las medicinas no científicas no han cambiado sus resultados, son tan buenas, malas o inanes como hace cientos o miles de años, los mismos charlatanes, los mismos efectos positivos de las mismas plantas, los mismos daños no bien estandarizados, la misma aproximación empática a los pacientes... Todo igual, no aportan nada nuevo.

¿Por qué entonces tenemos que ver tantas noticias de gente que las apoya, o reprueba o las quiere eliminar? ¿No sería lógico esperar que los ciudadanos, ante los extraordinarios datos que nos ofrece la medicina científica, no quisieran saber nada de todo esto?

Pero no sólo se buscan estos tratamientos abandonando la ciencia, incluso hay muchos que atacan la medicina científica. Hay libros enteros que la descalifican al valorarla como una forma de crear enfermedades para sacar dinero, por lo que la convierten en un ejemplo de lo que el capitalismo ha creado para someter a los pobres ciudadanos. Y esto no es exclusivo de nuestro país de extremistas sempiternos. No, esto lo observan en cualquier parte de Occidente mientras China, por ejemplo, paralelamente al crecimiento económico, incrementa su producción científica.



Sería bueno hacer unas reflexiones:

¿La medicina científica tiene demasiados intereses económicos? Sí.

¿La medicina científica obvia la atención humana del paciente con demasiada frecuencia? Sí.

¿La medicina científica se vale a veces de guías y protocolos sólo para salvar? Sí.

¿Los profesionales con frecuencia atienden más su prurito científico que lo que importa al paciente? Sí.

Creo que éste es el espejo que necesita la medicina científica para intentar vencer en la batalla con las pseudociencias médicas. Esta manipulación de la ciencia para objetivos no científicos puede ser su tumba.



Creamos interés en medicamentos carísimos que pudiéramos no necesitar si hubiéramos volcado nuestros esfuerzos y dinero en la prevención, la atención primaria, la promoción y el diagnóstico precoz. Ante esto, ¿cómo explicar que somos nosotros los únicos que podemos aportar un mayor nivel de salud a la población? ¿Cómo podemos erigirnos como los garantes de la atención sanitaria cuando la mayor parte de los facultativos no tienen noción mínima de la relevancia de la nutrición y pacientes de hospitales como el Gregorio Marañón siguen sufriendo por aspectos fundamentales como éste? No deja de ser una visión idólatra y talibán de la ciencia.

En Estados Unidos hay hospitales que han integrado estos tratamientos precisamente para controlarlos mejor, para que los pacientes no tengan que optar por unos y otros, sino que se beneficien de lo que cada uno pueda aportar. Hay grandes hospitales en Madrid que aplican técnicas de Reiki y de musicoterapia como apoyo a pacientes oncológicos. La medicina integral, como se denomina esta nueva perspectiva de la atención médica, ya tiene implantación en España, aunque pequeña. Y no es un maridaje interesado en sacar más beneficios económicos de unos pocos listillos como alguna eminencia lo quiere presentar.

Debemos caminar juntos huyendo de la ciencia, pseudociencia o paraciencia que tenga como objetivo aquello que se aleja de la atención sanitaria del ser humano. Por supuesto que se debe perseguir con la ley en la manos a los que manipulan mentes llevando a una peor atención, pero también, o quizá con más ahínco, por las mayores consecuencias que puede tener, entre otras las de favorecer el desarrollo de pseudociencias criminales, a los que valiéndose de la ciencia arriman sin escrúpulos los beneficios económicos o de poder a su sombra.

Si de verdad queremos ciencia, no la convirtamos en una pseudoreligión intolerante, que ya sabemos qué pasa cuando Dios abandona los pucheros por los oropeles de los palacios y las inquisiciones, vestidas de blanco o negro, esgrimen sus armas totalitarias.

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