Cuando uno recibe una fe o la elige casi siempre esa confesión se representa en la tierra con un mirlo blanco o deidad que ha vivido o vive y reina en este mundo mortal. No es un secreto que una gran parte de los españoles han elegido adorar a jóvenes que, sin capacidad para gestionar su ultra privilegiada posición, se convierten en auténticos niñatos que patalean en cuanto alguien amenaza su tan injustamente pulcra imagen.
El fútbol, cómo no. Futbolistas estrella protagonizan prácticamente todas las noticias deportivas y muestran en público todo su poder económico. Si uno de ellos cambia de peinado, al día siguiente las redes sociales, periódicos, noticiarios y todas las conversaciones de bar hablarán de ello como si nada más importante sucediera en el país. ¿Frivolidad? Probablemente, pero la masa lo demanda, y al pueblo “pan y circo”.
Los dos dioses en España son Messi y Cristiano Ronaldo. El primero de ellos ya sufrió una caída en su popularidad al ser condenado a un delito contra la Hacienda Pública, caída que se olvidó en cuando marcó tres goles el siguiente partido, y el segundo está siendo investigado por lo mismo. Cristiano, que posee una personalidad que posiblemente sea el mejor ejemplo de incapacidad para gestionar con coherencia el éxito, amenazó al madridismo con abandonar su trono, dejando tristes y desconsolados a los plañideros que le rezan a diario en su altar.
Lo que sí me ha sorprendido es la actitud de su club y del presidente de la Liga española cuando se conoció la investigación. Abiertamente se manifiestan en contra de las instituciones judiciales y ponen su mano en el fuego por un deportista hecho Dios.
Si este país no se llamara como se llama, de concretarse la condena a Cristiano, debería echarse a patadas a estos dos Obispos del Ronaldismo.