El veintiocho de junio de mil novecientos catorce, el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria, en Sarajevo, a manos del nacionalista serbio Gavrilo Princip, fue el detonante de la Gran Guerra (primera guerra mundial), incubada tiempo antes, en las incertidumbres derivadas del final de los colonialismos, acentuadas con los últimos efectos de las crisis sociales derivadas de la revolución industrial.

Las tensiones imperialistas acumuladas entre las potencias mundiales, agrupadas en dos frentes, y la insatisfacción de sus sociedades ante unos cambios, por entonces aún no digeridos, encontraron la chispa para estallar, en un hecho que no llega a explicar por sí mismo las consecuencias de lo que devino, con más de nueve millones de muertos y países que vieron reducidas sus economías, en términos de PIB, a menos de la mitad que al inicio del conflicto, como Alemania, Francia o Rusia, mientras que otros crecieron con el desarrollo de la contienda, fundamentalmente Reino Unido y Estados Unidos.

En este año 2017, con los botones nucleares de las principales potencias mundiales en manos de personajes como Donald Trump o Vladimir Putin, y la incertidumbre sobre el alcance real de la capacidad nuclear de Corea del Norte y de su peculiar líder Kim Jong-un; se mantienen activos conflictos bélicos en Siria, Congo, República Centroafricana, Sudán, Yemen, Colombia, Afganistán, Libia, Nigeria, Somalia y Pakistán, que acumulan cientos de miles de muertos.

Al tiempo, el terrorismo ha hecho presa en las calles de nuestro primer mundo occidental, desde Londres a París, de Nueva York a Manchester, de Bruselas a Niza, de Madrid a Munich, convirtiéndolas en los campos de batalla de las cruzadas de éste siglo XXI, identificándose el fenómeno como yihadismo, en cuyas filas se calcula que hay unos seis mil europeos que han sido reclutados para tal fin, toda una alegoría de cómo la indignación social, y la rabia, han hecho presa en un amplio estrato en nuestras sociedades.

Mijail Gorbachov, premio Nobel de la Paz en 1990 y expresidente de la Unión Soviética entre 1988 y 1991, publicó, hace unos meses, un estremecedor artículo en la revista Time, que incluía dos preocupantes frases, por un lado decía que “la amenaza nuclear, de nuevo, vuelve a ser real”, y por otro que “el mundo pareciera estar preparándose para la guerra”.

Las palabras del líder del fenómeno conocido como Perestroika, parecen dolorosamente proféticas ante el escenario en el que el mundo va desarrollando su contemporaneidad, atravesado de heridas en forma de sangre, dolor, llanto y desconsuelo.

Guerras, terrorismo, la violencia que se ha apoderado de países como México, con veinte mil muertos sólo en 2016; las migraciones de grandes bolsas de poblaciones que buscan en el primer mundo una oportunidad para su vida y la de sus hijos, la globalización y el efecto que supone de imposibilidad real de cierre de fronteras para los países más avanzados, y también el empobrecimiento real de una gran capa social de los habitantes de este primer mundo, que hoy viven peor que hace diez ó quince años, con peores condiciones laborales, con más precariedad, con recortes sociales, que se sienten robados y víctimas de una desregulación cuyo único objetivo parece ser el trasvase de renta desde los salarios a los beneficios empresariales, engordando cada día un más amplio ejército de indignados y desesperados; formando todo ello un peligroso cóctel, que pudiera prender ante cualquier nimio pretexto.

Quizás no estemos en guerra, pero nos dirigimos a ella de forma inexorable.

Más allá de banderas, religiones y otras clasificaciones que se quieran utilizar para dividir a quienes habitamos este planeta, convendría recordar que cualquier guerra decretada siempre encierra un negocio dentro de sí, aunque sólo sea para ser utilizada como un cruel ajuste de la demanda de bienes y servicios, herramienta destinada a generar un nuevo crecimiento económico tras de sí.

En la medida que cada uno podamos y antes de seguir en esa espiral, convendría recordar la cita de Jean Paul Sartre: “Cuando los ricos se hacen la guerra, son los pobres los que mueren”. Dicho queda. Atentos.

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