Crítica teatral a 'Inconsolable' producción del Centro Dramático Nacional programada en el Teatro María Guerrero, de Madrid, sobre texto original de Javier Gomá, dirigida por Ernesto Caballero y protagonizada, en forma de monólogo, por Fernando Cayo.
En éste último decenio he perdido tanto a mi padre, como a mi madre, y ambas experiencias, como bien saben todos los que han pasado por esta situación, suponen la prueba definitiva del paso del rubicón de la madurez, no se trata tanto de la edad que tengas tú, como de las sensaciones que generan esas pérdidas.
Tengo un buen amigo, de mi edad, al cual aún le sobrevive su padre, aunque ya ha sobrepasado la centena de años, y hablando de estos temas, hace unas semanas, comentaba con él, que todo lo que sucede en el momento de la muerte de un padre, o una madre, está, y transcurre, en el mundo de las emociones.
En la expectativa anterior acudí a ver Inconsolable, dispuesto a paladear un mundo de emociones, quizás también trufado de racionalidad y filosofía sí, pero sobre todo atravesado de sentimientos, de corporalidad y terrenalidad, que fuera capaz de llegar hasta mi epidermis, como espectador, y ahí llegó la decepción, porque el texto de Javier Gomá carece de emoción, tanto en su fondo, como en sus formas.
El monólogo que se nos presenta, por parte del hijo que ha perdido a su padre, discurre en forma de ensayo o conferencia, y de ello nos advierte el protagonista de forma inmediata a aparecer en escena, de hecho lo que dice es una reflexión que nos comparte sobre los cuarenta días siguientes a la pérdida, pero, ¿en qué contexto se desarrolla esa ponencia? ¿Quienes somos quienes le escuchamos?
En los primeros cuarenta y cinco minutos, de los ochenta que dura el espectáculo, no se llega más que plantear la aproximación al duelo, acotando aspectos que se anuncian a esquivar, sin conseguirlo.
El teatro debe sorprender, y el espectador acude expectante ante el ripio que se oculta tras lo evidente de lo que se le presenta, pero en este Inconsolable ello no ocurre y, además, el ritmo es plano.
Los momentos en los que la sombra del padre se hace presente; en sentido verbal cuando aflora la herida del hijo, en “la visita del demonio del mediodía” coincidiendo con los 15 años del descendiente y los 50 del progenitor, condenando a éste a no volver a ser nunca más héroe para su vástago; y de forma metafórica a través de la acertada iluminación de Ion Aníbal, son los más conseguidos de todo el espectáculo, escasos, en todo caso, aunque señalando cual debería haber sido el camino para conectar con el público.
Inconsolable es un bonito caramelo, muy cuidado en las formas y los envoltorios, pero con un contenido demasiado liviano, que para conseguir sus momentos de mayor fuerza dramática recurre a la sorpresa que se brinda desde su escenografía, responsabilidad del hábil Paco Azorín, que, literalmente, aboca al protagonista ante un abismo vertical en unos momentos de gran belleza estética, culminado por la sugerente apertura de un portón, a cuyo umbral el protagonista se acerca, sin atreverse a traspasarlo. Es decir, los efectismos intentan conseguir lo que el texto, en sí mismo, no consigue.
Ernesto Caballero dirige con su habitual solvencia, pero como director del Centro Dramático Nacional habría que cuestionarle sobre la elección de la programación del texto y el costo de oportunidad de no abordar otros proyectos, consumiendo recursos en éste.
Fernando Cayo se esfuerza en su trabajo, pero no resulta creíble, porque los matices del personaje le limitan demasiado, no parece un hijo doliente, mucho menos “inconsolable”, ya quedó dicho que falta emoción, y abundan excesivas sonrisas, acercándose más su rol a un conferenciante o ponente que, eso sí, antes de abandonarnos intenta agradecernos nuestra asistencia con el bonito de regalo de la sugerencia de que nuestro paso por la vida debería servir ejemplo a quienes nos sobrevivan, pareciendo más el resumen de un texto de autoayuda, que la reflexión a la que una obra de teatro nos llevase, por nosotros mismos.
Texto pretencioso, artificial y nada original que lastra el espectáculo en si. Sobre esos mimbres hay mucho esfuerzo de Ernesto Caballero, Fernando Cayo, Paco Azorín, Ion Aníbal y un equipo técnico estupendo, pero que no consiguen evitarnos la decepción. A la salida del espectáculo felicité al actor protagonista a las puertas del teatro por su ahínco y afán, pero en ese momento el “inconsolable” era yo.