En un artículo anterior publicado a finales del pasado año, El nuevo bipartidismo imperfecto, apuntábamos la posibilidad de que lo que denominábamos como bipartidismo imperfecto, -que ha caracterizado a la política española desde la Transición a la democracia, de la que se conmemoran ahora los 40 años-, podría ser objeto de un cambio renovador y regeneracionista con el ascenso electoral de Ciudadanos, como partido que debía sustituir en la formación de gobiernos a los partidos secesionistas catalanes y vascos.

De tal modo, podría reforzarse la mayoría constitucionalista urgente y necesaria para frenar la tendencia a la balcanización del país y a la vez eliminar los malos usos políticos, como la politización de la justicia o la excesiva supeditación delos mass media al Gobierno de turno, que impiden acabar con una corrupción nefasta y ya fuera de control, en la que se mezclan la diferente vara de medir en unos casos y otros, junto con la actuación desmedida de instituciones de seguridad del propio Estado. 

Pero esto no ha sido así, pues los del PP, en vez de coger con decisión y convencimiento el guante regenerador de Ciudadanos, han preferido buscar una especie de Grosse Coalition con un PSOE al que Felipe González creyó poder volver a controlar, a través de las federaciones andaluza y asturiana, defenestrando a Pedro Sánchez al tener conocimiento de las intenciones de este de buscar una coalición de gobierno alternativa con Podemos, el partido de Pablo Iglesias.

Pero Felipe González no midió bien sus fuerzas y Pedro Sánchez ha vuelto a la secretaría del PSOE de un modo épico, como un David vencedor de Goliath. Se abre así una profunda crisis en la política española que ha empezado por manifestarse ya en la abstención del PSOE de Pedro Sánchez en la votación de los Presupuestos del Gobierno de Mariano Rajoy.

Una crisis que en realidad es desencadenada por la huida de un PSOE electoralmente decreciente hacia posiciones propias de un anarquismo político que lleva manteniendo desde la Primera República la plurinacionalidad de España, siguiendo la doctrinas añejas e indocumentadas, tanto histórica como filosóficamente, de Pi y Margall. Vuelve entonces el anarquismo ideológico como alternativa de democracia directa, populista, que huye de la democracia representativa y justifica la acción violenta de los atentados y escraches. Esto puede llevar al posible final de la experiencia democrática actual, aquejada de graves fallos similares a los de la Restauración decimonónica (gran corrupción, caciquismo, oligarquías, desprestigio de los políticos, crisis nacional, etc.).

Un anarquismo mezclado, en la ideología podemizante que se impone en el PSOE, con el jacobinismo revolucionario del modelo republicano francés y ruso. Pero España, para el que conoce algo la historia, no es Francia, ni Rusia. El jacobinismo, acompañado de una ideología igualitarista que roza el anarquismo, ha triunfado históricamente en ambos países y a la larga los ha hecho modernos y poderosos, aunque no se puede esperar jugar el mismo papel en una España con una historia muy diferente. Una España que tuvo en Europa el papel de superpotencia mundial durante casi dos siglos, a la que solo sucedieron en el papel hegemónico global, Inglaterra y USA. Y de la misma manera que en estos dos países el igualitarismo anarquista es marginal, aunque tenga figuras como el ilustre lingüista Noam Chomsky, una especie de Padre Las Casas norteamericano, también lo ha sido en España en los últimos dos siglos, a pesar de la decadencia económica.

La propia revolución liberal española de la Constitución de Cádiz se mantuvo lejos de las posiciones igualitaristas radicales francesas. Dichas posiciones igualitaristas anarquizantes solo tuvieron en la España del XIX y del XX un papel, más de un movimiento alternativo contra-cultural (Underground) o anti-sistema, que de un movimiento político. Incluso en la Guerra Civil la victoria de Franco fue facilitada porque los anarquistas integrantes del Frente Popular anteponían la revolución en las costumbres (eliminar la propiedad privada, amor libre, etc.) a ganar la propia guerra. Solamente la presión de un Stalin igualitarista de palabra, pero partidario de la jerarquía militarista de hecho, pudo imponerse con Negrín, aunque fue ya tarde para ganar la guerra. 

La alianza de Pedro Sánchez con Podemos seguramente será la puntilla de los gobiernos tipo Rajoy, pero, aunque útil para destruir un sistema político, ya débil, corrupto y ciego, no sirve como una Nueva Política, sino como mera consigna contra-cultural, aparentemente seductora para tantos soñadores, pero que, al tratar de realizarla, comprobarán, como otras veces ocurrió en la historia patria, que quien acude a la cita soñada no es lo bello o lo sublime sino, como diría Eugenio Trías, lo siniestro.

Colabora con el blog

Forma parte de los contenidos del Blog del Suscriptor
Escribir un artículo