Los movimientos liberales son concebidos como elitistas, como contrarios a los trabajadores, y que únicamente acaban beneficiando a los empresarios. Unido al liberalismo tenemos el capitalismo. Pero no ese "capitalismo de amiguetes", de "mordidas", chantajes y cohecho. El capitalismo bien entendido nos habla del respeto a la propiedad privada y de que las relaciones laborales deben ser acordadas por empleado y empleador. El capitalismo real se basa en la fuerza del libre mercado, esa "mano invisible" que todo lo guía. El libre mercado, a su vez, se basa en la dictadura de los precios, donde los Estados no intervienen en las transacciones. El capitalismo es, en suma, el sistema económico que se ha demostrado ser más eficaz en la lucha contra la pobreza.
Actualmente, el Estado acaba sustrayendo a cada persona la mitad de su sueldo solamente para pagar diversos conceptos de los que no debería preocuparse. La empresa privada puede hacer lo mismo que la pública y, además, de una forma más eficiente y barata. Hace unos años, la única empresa de telefonía (casualmente, estatal) era Telefónica.
Su posición de poder se derrumbó con la liberalización de las telecomunicaciones, y otras empresas pudieron entrar a disputarse el favor de los usuarios. Como siempre sucede cuando aumenta la oferta, los precios bajan, y las empresas se esfuerzan en dar mejores servicios, para seguir teniendo clientes. Esto no sucede en el servicio de transporte ferroviario, donde Renfe abusa de su posición de poder y se permite el lujo de dar un pésimo servicio, sabiendo que no habrá reprimendas por parte de nadie.
Casos similares son los de los estibadores, por ejemplo. El capitalismo pretende dar una solución basada en el mercado, en el crecimiento de la oferta de bienes y servicios, procurando siempre la satisfacción de las necesidades del consumidor. Y lo consigue sin que nadie se inmiscuya en el mercado; los propios clientes, a través de sus actos de compra, deciden qué debe venderse y qué no debe venderse.
A pesar de todas las ventajas que posee el sistema capitalista, aún hay ciertos partidos que defienden la planificación centralizada, o que asumen que el Estado es el único que debe proveer de los servicios básicos. Esta falacia se encuentra cada vez más extendida e, incluso, en las escuelas (de nuevo, educación pública tendenciosa y manipulada) enseñan a "amar el Estado" como única forma de vida.
Cada año, la mitad del sueldo se lo lleva el Estado para pagar pensiones o a los paradaos. Pero, de ese dinero, nadie va a cobrar lo que "le han quitado". Las pensiones serán muy inferiores a lo que uno ha perdido. El paro, si siempre se ha trabajado, nunca se termina disfrutando de él. Las soluciones para estos puntos pasan por, en primer lugar, hacer uso de planes de pensiones privados, donde cada trabajador decida cuánto quiere ahorrar para su jubilación.
Porque nadie debe "chupar" de lo que otra persona ha ahorrado. Y, en el caso del desempleo, hacer uso de la llamada "mochila austríaca", donde, tanto trabajador como empresario, ingresan mensualmente un porcentaje. Al quedarse parado, el trabajador se lleva, íntegra, la cantidad de esa "mochila", sin repartos ni otro tipo de malabares financieros.
En resumidas cuentas, defender la libertad supone defender lo más preciado que tenemos, el mayor tesoro de los seres humanos. Las personas han de ser libres para decidir si quieren trabajar o no, dónde trabajar, y, es más, poder concertar con el empleador el sueldo que desean cobrar. También existe esa misma libertad para los temas sexuales.
Dos adultos no deben dar explicaciones si las relaciones sexuales entre ellos son consentidas por ambos. También, con el tema de las drogas. Nadie obliga a otra persona a consumir, cada uno es responsable de lo que hace. Esa es la palabra clave en todo este asunto: responsabilidad individual. Las acciones tienen consecuencias que hay que soportar.
La falacia socialista se basa en pensar que el Estado sabe, en todo momento, qué necesitan las personas, en qué cantidades y de qué manera. Se pone a "pensar" por todos, y, por tanto, también a gastar en cosas que no todos quieren. Pero la mente de cada ciudadano es distinta, por lo que no todos desean lo mismo, en las mismas cantidades o de la misma forma.
Esa falacia socialista conduce a la planificación central, aún existente en países como Venezuela o Rusia, por ejemplo. Los mayores iconos de este liberalismo (sin llegar a desarrollarlo al 100%) los podemos encontrar en la figura de Thatcher, en el Reino Unido, por ejemplo, o en Reagan, en EE.UU.. Aquí, en nuestro país, nadie se ha aproximado, ni siquiera un ápice a ninguna teoría de Hayek. Únicamente VOX parece mantener una postura liberal en la parte económica. Lo de Ciudadanos es otra historia. Postureo liberal, pero acciones socialdemócratas, encaminadas a mantener el "status quo" de la situación económico-política.