«Sueñan las pulgas en comprarse un perro», pero también los periodistas en tener trabajo. La frase primera es de Eduardo Galeano; la otra, de alguien apesadumbrada por ver de lejos aquello a lo que muchos llaman el mejor oficio del mundo. Gabriel García Márquez también lo creía. Digo que lo creía porque hay nostalgia en nuestros corazones, en los de los periodistas y personas que se dedican a la mejor profesión del mundo, pero que poco a poco ha ido alejándose de la razón de ser así.

El New York Times ha publicado una historia pesada, dolorosa e intolerable de tragar. Dicen que el periodismo va muriendo y que nosotros morimos con él. El periodismo se sacia de nuestro esfuerzo para luego desaparecer como desaparecen las abejas cuando pican con su aguijón a un afortunado. En este caso, llevamos soportando cien picotadas por lo menos, ochenta noches en vela y veinticinco maratones perdidas. De esto habla el texto, de que esta profesión nos va matando por dentro. Y lo que es peor, regalamos nuestro esfuerzo.

En países de Latinoamérica la situación puede parecer más desgraciada -pagan mal, despiden más, mueren más-, pero la actualidad en España retrata un paisaje semi-desértico. Quizá lo que quede de vida sea a la valentía de los recién licenciados que quieren ver nacer de nuevo el mejor oficio del mundo. No es que esté negativa, sino más bien melancólica por aquellas películas de los cincuenta, dirigidas por el señor Capra, donde existía de verdad este oficio.

Más bien es una vocación, no una elección, el haberme adentrado de pleno en el periodismo. De aquellos años, principios de los dos mil, todavía manejaba ordenadores de caja gruesa con un Word obsoleto donde escribía mis artículos de salsa rosa para dar en exclusiva la mejor noticia del mundo. Todavía huelo aquel momento, donde introducía sin querer un titular, una entradilla y un cuerpo informativo. Aporreaba los teclados como si mañana ganase millones de euros por aquello que tenía -debía- de contar a la sociedad.

El futuro es incierto, como muchas cosas, pero el camino es selecto. Esa selección me asusta, me preocupa y me entristece tanto como para no creer que el periodismo sea hoy el mejor oficio del mundo. Del mejor trabajo se supone que se vive dignamente, del periodismo parece ser que no. Hace un tiempo leí que esta profesión estaba en crisis. Hace poco viví en primera persona el tercer ERE que se hacía en un medio de comunicación.

El papel nace porque creemos en la información. Sin información, desaparece. Y sin profesionales, la prensa muere. Cada vez hay más lágrimas derramadas en las puertas de salida de las grandes empresas de comunicación, y exactamente hubo un año en Argentina donde fueron despedidos 1.400 informadores. Dicen que la culpa es de Internet, de las tecnologías en general, de esa mano negra que ha podido vencer a la gran prensa de Orson Welles.

Yo creo que quien dice eso carece de información. Internet ha sido la revolución más importante para el periodismo, pero hay medios, sobre todo españoles, que no han sabido actualizarse, avanzar, destacar como sí lo han hecho algunos como El ESPAÑOL, eldiario.es o El Confidencial. La culpa es de las gigantes, de las que mueven papel como si fueran bonos de pago para el festival de música más sorprendente del momento. A veces algo tan caro puede resultar realmente barato para el resto. La calidad es deficiente, la información desinformada y malversada y la dedicación es casi involuntaria.

Tengo que pedir perdón por la nostalgia que me provoca toda esta situación, también por la rabia que siento de salir con una carrera universitaria para vivir por y para salvar el periodismo.

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