Corría el año 1972. Para un grupo de adolescentes de un colegio público de Madrid comenzaba un día de fiesta, yo entre ellos. Estaban invitados a visitar la fábrica de "La marca de la felicidad" que había hecho eslogan, a través de todo el mundo, de ser "La chispa de la vida", enganchando con los deseos de cambio sociales plasmados tras lo que se conoció como el mayo del 68 francés y el auge del movimiento hippie.

Coca-Cola era sólo una bebida, el secreto de cuya fórmula se alardeaba de estar a buen recaudo, bajo llave, pero su departamento de marketing supo capitalizar en torno a sí esos sueños e ilusiones, e identificar con la marca un nuevo futuro a ritmo del estribillo de "al mundo entero quiero dar un mensaje de paz".

Hoy, en 2017, la generación de la que formaban parte esos mismos niños de hace cuarenta y cinco años, vive atormentada en una sociedad acuciada a ritmos de ERE’s (expediente de regulación de empleo) en la que los trabajadores parecen condenados a no superar los 50 años de edad en sus puestos de trabajo, sino a ser expulsados del mercado laboral en los momentos en los que más vulnerables son, pareciendo una misión imposible ser capaces de alcanzar la orilla de la jubilación, ahora ya a los 67 años y sin ninguna garantía en los niveles de sus pensiones.

Bankia, Bosal, Coca-Cola y otras muchas empresas han lanzado sus ERE’s, amparadas en la reforma laboral impuesta por Mariano Rajoy, quien ha dinamitado la protección al factor trabajo imperante en España desde mitad del siglo XX. El presidente del Gobierno ha adelantado por la derecha, y por la vía del ultraliberalismo más reaccionario, lo regulado por gobiernos franquistas con ministros de Trabajo como Girón de Velasco, lo mejor de lo cual se supo mantener a lo largo de los cuarenta años de restauración democrática. Eso sirvió de válvula del adecuado equilibrio de relación entre empresas y trabajadores, el cual ha saltado por los aires el Sr. Rajoy, con el foco puesto en que los beneficios en las empresas sean lo fijo, y lo variable y desregulado, los salarios.

Hace unos años se podía oír a los trabajadores reconocer que su único patrimonio eran sus puestos de trabajo, con la protección que sobre ellos representaban las normas laborales. Hoy cualquier empresa, o empresario, puede plantear un ERE y reducir su plantilla de trabajadores a través de ello, amparado en motivos organizacionales. Esto es todo un despropósito que, de facto, quiebra el Estado de derecho, priorizando la decisiones empresariales por encima de los derechos de los trabajadores.

En enero de 2014 los responsables de las plantas embotelladoras de Coca-Cola en España, empresas con beneficios, integrados en la plataforma CCIP, presentaron un ERE que afectaba a 1.200 personas. Este ha sido decretado como nulo por la Audiencia Nacional, en sentencia del 12 de junio de 2014, ratificado como tal por el Tribunal Supremo el 15 de abril de 2015 y el 18 de enero de 2017. A pesar de estas sentencias los trabajadores no han recuperado ni sus puestos de trabajo, ni sus salarios, ni sus condiciones laborales, hasta el extremo que la Inspección de Trabajo, dependiente del Ministerio de Empleo haya emitido un informe, de 22 de marzo de 2016, en el que se pone de manifiesto que las condiciones de trabajo impuestas por Coca-Cola, tras el ERE decretado nulo, atentan contra la "dignidad humana".

Hace unos años, incluso ya en el siglo XXI, pocos podríamos imaginar que la lucha por el puesto de trabajo volviera a ocupar las calles de nuestras ciudades y pueblos, pensando que esas reivindicaciones ya formaban parte de los recuerdos del pasado. Pero la realidad se ha desvelado ante nuestros ojos y "La formula Coca-Cola" resulta que no tenía que ver nada con su composición, contenidos o mezcla, sino con una determinada forma de hacer en materia laboral, despreciando a las propias personas que han ayudado a hacer crecer ese proyecto empresarial y que ahora son abandonadas y tiradas a la cuneta. Quizá para trasladar la producción, que hasta ahora protagonizaban, hacia otros parajes, como África, donde, casualmente, la presidenta de Coca-Cola European Partners, Sol Daurella, tiene importantes intereses personales y familiares.

Porque en este caso, como tantas veces en la vida, la pista definitiva se articula en torno a una frase que se hizo famosa para desentrañar el caso Watergate: "…siga la pista del dinero". El dolor causado, y aún no reparado a pesar de tres sentencias judiciales que decretaron nulo el ERE, tiene su contraparte en el beneficio de unos pocos, contra el interés de muchos…esa es "La fórmula Coca-Cola".

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