¿Hasta qué punto tiene que respetar la comunidad internacional las decisiones soberanas de un país que progresivamente se convierte en una dictadura violenta?
Venezuela corta el finísimo hilo que le mantenía atado a una dudosísima democracia celebrando un referéndum sin garantías para eliminar cualquier rastro de oposición de las instituciones públicas y crear el miedo necesario para que nadie ose cuestionar el poder de su líder opresor.
Sorprende especialmente que sea precisamente Maduro quien plantee este reto a la comunidad internacional, sobre todo por el grado de cazurrismo y de manifiesta incapacidad intelectual que atesora. Quizás su apoyo ciudadano sea sólo consecuencia de la herencia de Chávez y su revolución bolivariana, o tal vez tenga una justificación clientelar en un pueblo que, acuciado por el desabastecimiento de materias primas y con una población rural intencionadamente inculta y sobrerepresentada parece abocado a un conflicto armado sí o sí.
Mientras el proceso autoritario continúa, la comunidad internacional sanciona, condena y rechaza los resultados de un referéndum manifiestamente ilegal y mira con preocupación las detenciones políticas y los muertos por la represión en las manifestaciones de la oposición.
Creo que, al igual que en Cataluña, las manifestaciones de protesta o repulsa no impedirán las terribles consecuencias de estos actos manifiestamente injustos y autoritarios.