Todo eran risas y sonrisas, Caja Madrid había tenido el mejor ejercicio contable de su historia gracias a la plusvalía generada con la venta de su participación en el capital de Endesa (9,30%) y acumulaba más de 4.000 millones de euros colocados en el mercado interbancario, prestando liquidez a sus competidores, mientras se gestionaba la decisión de qué posiciones tomar a futuro.

Miguel Blesa convocó a todos los directivos de la organización que presidía, en un evento montado con un despliegue de medios que recordaba las campañas presidenciales americanas, dirigiéndose a las 2000 personas que abarrotaban las butacas de la gran sala de conferencias del Madrid Marriott Auditorium Hotel desde una coreografía cuidadosamente montada sobre los 200 metros cuadrados de su escenario.

Todo ello para presentar el nuevo plan estratégico de la casa, para el periodo 2007/2010. Yo asistí al evento, sentado, en las primeras filas, junto a quien, por entonces, era mi superior directo. Se fueron sucediendo los momentos previstos en la agenda, trufados de cifras y números, más concretos respecto al pasado, que al futuro, hasta que, en la última fase de su intervención, empezó a referirse al conocido poema de Kavafis, Camino a Ítaca, entrando a comentar, de forma profusa, cada una de sus metáforas, para terminar dirigiéndose a todos los presentes, diciendo: "¡Acompañadme a Ítaca!", momento sobre el que ya nos habían advertido los servicios de asistencia del evento, para que nos levantáramos de nuestros asientos y accediéramos al escenario, creando la sensación visual de acompañamiento al proyecto de nuestro presidente, desvelándonos que, tras el escenario nos esperaba un cóctel.

Aún recuerdo que en los comentarios, tras ese acto, compartí con compañeros, colegas y amigos, que no me había parecido el mensaje del presidente de una entidad bancaria; me sorprendió el tono y el foco puesto, o quizás, justamente, la falta de foco. Hoy diez años después de aquello, el paso del tiempo, y la realidad de lo sucedido, pone un marco adecuado a aquel momento, principio del fin de lo que devino.

Uno de los colegas que me acompañaban en esas butacas, años antes, entre 1996 y 1998, había sido la primera persona que me habló de Miguel Blesa, identidad, hasta entonces, totalmente desconocida para mí, a pesar de los más de veinte años que yo llevaba trabajando en Caja Madrid, su referencia para hablarme de él fue la siguiente: “Miguel Blesa es el hombre del PP en La Caja", a lo que yo, ingenuamente dije, "no será para ser presidente", pero como otras veces, me equivoqué.

Efectivamente lo fue, y pasó del absoluto anonimato a presidir la segunda caja de ahorros española, por volúmenes, y la primera por solvencia, hasta entonces su currículum se circunscribía a ser abogado, haber sido un técnico en la administración tributaria española y a haber tenido un bufete dedicado a la asesoría fiscal, época en la que se recorría Madrid a bordo de una moto para atender a sus clientes. Otros muchos, cientos o, quizás, miles, podrían tener un perfil similar, pero solo él mantenía una amistad con José María Aznar, presidente del Gobierno desde 1996, lo cual, le aupó definitivamente a presidir Caja Madrid; el amiguismo, de nuevo, se abría paso en los difusos terrenos entre política y gran empresa.

La meritocracia que faltó en su ascensión a los cielos de las finanzas en España, fue la misma fórmula que él aplicó en su gestión, rodeándose de un equipo en el que dominó el servilismo, comprando voluntades de los propios directivos a los que él nombró, regando el consejo de administración y los órganos rectores de Caja Madrid a base de tarjetas black, prebendas y altas remuneraciones.

Tuve un cliente, que llegó a viajar con él, y siempre me decía que era una persona muy simpática, que pagaba todo, invitaba generosamente y que le encantaba contar chistes, muchas veces a destiempo, pero todo ello no parecen atributos esenciales en un ejecutivo de primer nivel, encargado de gestionar una de las mayores entidades financieras españolas.

Quizás nunca nadie tuvo tanto poder, con menos merecimiento, formando parte de lo que ha sido la peor élite en la historia de nuestra España. Fue una persona puramente instrumental que ocupó una alta responsabilidad siendo manejado por otros, hasta que dejó de serles útil a los reales depositarios del poder en mayúsculas, que siempre han necesitado de gestores sumisos, próximos y cercanos.

Miguel Blesa nos anunció su embarque camino de Ítaca, allá por 2007, cuando sus intereses prioritarios no estaban en el día a día de una entidad financiera. Inició su viaje, el drama es que, con él, envió al desastre a miles de personas que no pudieron hacer nada para amortiguar las consecuencias de sus errores.

“Itaca te brindó tan hermoso viaje.

Sin ella no habrías emprendido el camino.

Pero no tiene ya nada que darte".

Igual que quienes te rodearon cuando disponías de prebendas para ellos, pero ya solo queda silencio… y la nada.

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