En los países donde tenemos derecho a quejarnos por todo, aferrándonos a una libertad que todo lo engloba, tenemos derecho a quejarnos de que nos sobran cosas. Porque nos sobran: nos sobran políticos, nos sobran ladrones en las instituciones, nos sobran temas que discutir… Tenemos derecho a decir, para empezar que no queremos que venga más público a hacer turismo, que ya tenemos bastantes con los que hay y porque nos sobran, preferimos cerrar puertas, y que entren solamente los que a nosotros nos gusten, que paguen por venir lo que les digamos, y que se vayan cuando les digamos también. Podemos permitirnos ese lujo, y muchos otros, estamos hablando concretamente de la Turismofobia.
Me crié en Madrid y siempre tuve el centro de todo muy a mano. He ido a manifestaciones, a eventos deportivos, a las campanadas de la Puerta del Sol de fin de año, también como todo hijo de vecino. He cogido el metro a diario para ir a la Universidad y después al trabajo, entrando en el vagón cuando no cabía un alfiler. He subido y bajado un millón de veces la calle Fuencarral un sábado o un domingo, cuando por volumen de turistas, es imposible llegar en línea recta de una punta a otra.
Sé lo que es un atasco, y además de verdad. También sé lo que es llegar tarde por estar más de una hora buscando aparcamiento y tener que volverme. Sé lo que es hacer cola más de una hora en cualquier parte, saliendo un sábado por la noche por Madrid. No soy absolutamente nadie: solo uno más que ha vivido en la capital durante 35 años.
Hace algo más de dos años vine a trabajar a Mallorca, y actualmente vivo en Palma: la que muy bien podría ser denominada la capital del Turismo de España, compitiendo con Málaga, con Barcelona, con Madrid y con unas tantas otras capitales o ciudades con un valor inmenso. Pero es precisamente aquí, en la Isla más atractiva de toda Europa para el Turismo, donde por primera vez escuché aquello de Fobia al Turismo, y vi de primera mano, sin que me lo tuviera que contar nadie, pintadas que mandaban a los turistas de regreso, como si fueran invasores.
Desconozco si en ciudades como Nueva York o Tokio, existe Turismofobia, o algo que se le parezca. Pero he visto cómo han empezado a surgir en redes sociales fotos en Twitter, o publicaciones en prensa digital por parte de iluminatis de la liberación de las mentes girando a la izquierda, que vienen a querer expresar de forma muy demagógica que en efecto a la Gran Muralla China va mucha gente de excursión. Vale, es cierto, ¿y…? La primera vez que estuve en Louvre y tuve la oportunidad de ver La Gioconda en vivo, obviamente no era el único que estaba allí para disfrutar del cuadro más importante de la historia. No me sorprendió que hubiera grupos y grupos de turistas alrededor de semejante obra. Lo vi lógico. Lo mismo pensaría de la Estatua de la Libertad, el Coliseo… Yo también he hecho cola para entrar en la Alhambra.
Creen que todo se soluciona prohibiendo, cortando, tasando, interviniendo y cerrando, porque no sabe proponer algo mejor. Porque ven que algo le incomoda o no les gusta, y como totalitario de ideología adolescente que son, dentro de un país desarrollado con derechos, quieren prohibir aquello que no saben gestionar, porque desconocen la causa y los efectos. Tal y como los niños pequeños dicen: "No me gusta".
El razonamiento es el siguiente: si sobran turistas, prohíbo el turismo, o el alquiler vacacional, o achicharro a los visitantes a tasas por esto y por aquello. ¿Le ponemos también precio al aire que respiran? ¿Les prohibimos que se bajen del avión? No, mejor les decimos que nos paguen a distancia desde su lugar de origen y que no vengan, ¿hacemos eso? ¿Que los turistas paguen por usar Google Maps? ¿Qué no abran el grifo cuando vengan y que no consuman agua? ¿Les cobramos además de la tasa del aire, otra para andar por la calle de día, otra para ir a la playa y otra para circular después de la 22:00 de la noche?
Se cumple que el que más se queja, es el que menos hace y el que menos quiere hacer, porque todo lo que supone generar riqueza, actividad, tránsito y circulación de capitales, es un trabajo añadido a gestionar y a solucionar. Y por eso es malo, ¿verdad? El turismofóbico no se plantea estas preguntas, se quedó en el “no” reivindicativo vacío de respuesta o alternativa. Y lo más preocupante, es que esa forma de pensar se le esté inyectando directamente en vena a la gente por parte de aquellos que quieren monopolizar para ellos el territorio, la lengua, la educación y los derechos, porque no conocen lo de fuera, ni lo quieren conocer, ni lo pretenden. Sí, en efecto, son los mismos de siempre.