Cuenta la leyenda que un anciano Cherokee, queriendo transmitir sabiduría a su nieto, le llevó a un paraje de una gran belleza, para hablarle, en soledad, de esta manera: "En mi corazón viven dos lobos, uno es blanco y el otro es negro. El blanco es amoroso, bueno y gentil, solo combate cuando tiene que cuidar a los demás o a él mismo. El negro es violento y ante cualquier eventualidad desata su ira y enojo, pelea sin razón, está lleno de ira y odio, solo causa problemas".

Cuando el nieto le preguntó quién será el que gane la batalla, el abuelo le respondió: "Ambos, porque si solo me dedico a alimentar al lobo blanco, el negro se esconderá y lo atacará cuando me descuide. Y si le presto atención solo al lobo malo, será más fuerte y usará su energía negativa cuando lo crea conveniente. Por ello, ambos lobos deben convivir en armonía y equilibrio".

"¿Cómo es posible que los dos sean vencedores?", quiso saber el niño. El anciano indicó: "Porque el lobo negro tiene algunas cualidades que podemos necesitar en ciertas situaciones: es temerario y determinado, también es astuto y sus sentidos están muy aguzados. Sus ojos, acostumbrados a las tinieblas, pueden alertarnos del peligro y salvarnos. Si le doy de comer a ambos, no tendrán que luchar encarnizadamente entre sí para conquistar mi mente y así yo podré elegir a qué lobo recurrir en cada ocasión”.

El enfado, la ira, el enojo, la rabia… todas son respuestas de nuestro organismo en rechazo de algo que nos molesta, pero no debemos reprimirlas, ni esconderlas o ignorarlas como si no existieran porque su acumulación haría que rebosasen en nuestro interior, pudiendo llegar a hacernos perder el control. Lo que debemos hacer es comprenderlas, entender lo que está sucediendo y reencauzar esos sentimientos.

Cuando ello ocurra, busca un lugar tranquilo, y solitario en el que puedas dar rienda suelta a esas emociones (ira, enojo, rabia, etc…) y desahógate sin causar daño a nadie. Libérate… grita, llora, suelta todo aquello que inunda tu interior, da vía libre a esos sentimientos y cuando llegue la calma, analiza lo sucedido, lo que lo generó, lo que te llevó al límite previo a "explotar"… y piensa en qué cosas son ahora diferentes, una vez que hayas liberado esa tensión interior, observando si hay aprendizajes que puedas incorporar en tu día a día y en tu estar siendo.

Ambrose Bierce expresó una acertada afirmación al respecto de los efectos de actuar condicionados por la ira o el enfado en el ser humano: "…habla sin controlar la ira y obtendrás el mejor discurso del que podrás arrepentirte”. Y es que, efectivamente, cuando el enfado se adueña de nosotros, caemos víctimas de un secuestro emocional; la amígdala toma el control, abandonamos la racionalidad y las emociones negativas afloran, llegando a hacer, o decir, cosas sobre las que nos arrepentimos más pronto que tarde.

Pero el reto no es ignorar las emociones que nos afloran, sea ira, enfado, rabia o enojo, sino ser capaz de comprender y entender que es lo que nos está sucediendo y canalizar lo que hay detrás de esos síntomas, dándonos, por supuesto, un tiempo y un espacio para liberarnos, asegurándonos de que las consecuencias no las paguen otros. El objetivo no debe ser eliminar la ira, el enojo o el enfado, sino aprender a controlarlos, expresándonos de la manera más asertiva posible.

Con seguridad que en algún momento has experimentado estas emociones en ti mismo… recuerda algún caso.

Sobre el ejemplo propio que has recordado en tu caso, aquí van algunas sugerencias de cosas a hacer cuando sufras un nuevo brote de estas emociones:

1) Hazte la siguiente pregunta: ¿ésto que te está haciendo enfadar en este momento, será importante para tí dentro de cinco años?.

2) ¿Qué o quién te está haciendo enfadar?.

3) ¿Qué es lo que te afecta de ésta situación?.

4) ¿Cómo puedes utilizar tu reacción a esta emoción (ira, enfado, rabia, enojo), a tu favor?

En sus acepciones más positivas, estas emociones, a pesar de todo, nos pueden ser útiles para protegernos y sobrevivir.

Aplícate el aprendizaje que la vieja leyenda Cherokee encierra dentro de sí y alimenta, sabiamente, a los dos lobos que viven en tu interior, interpretando sus aullidos. No se trata de vivir eternamente en la ira o el enojo. Haciendo caso de la cita de Ralph Waldo Emerson: “…por cada minuto que permaneces con rabia, pierdes sesenta segundos de paz”, pero sí de saber encauzar esas emociones y utilizarlas de forma positiva, como nos indica el psicólogo Walter Riso: “…la ira bien dirigida, sin lastimar a nadie, te ayuda a autoreafirmarte, a defender tu espacio vital, a marcar límites: úsala pacíficamente”.

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