Hoy es un día de dolor. Un dolor imposible de explicar. La ciudad de Barcelona ha sido asestada en lo más profundo de su corazón, en el paseo de las Ramblas, donde emana una gran parte de la vitalidad que caracteriza a esta bella ciudad que ayer fue empañada de sangre. Los ciudadanos de la ciudad Condal hoy nos levantamos incrédulos y consternados por los sucesos de ayer, unos sucesos llenos de odio y de sinrazón.

Hoy todos somos Barcelona, porque cualquiera de nosotros o de nuestros familiares podrían haber sido aquellos que ayer, a las 17.00 horas, estaban paseando despreocupadamente por este céntrico paseo. Nadie podría imaginar que unos desalmados se presentarían con la intención de arrancar la vida de personas inocentes, sin importarles la edad o la nacionalidad, que sólo querían generar daño y miedo en todos nosotros.

Todos los días paso tres veces por ese tramo de las Ramblas para ir al trabajo. Por la mañana me apeo del autobús de la línea V13 en la plaza de Canaletas, desciendo por el fatal tramo del paseo de las Ramblas, regreso a esa zona para el almuerzo, y por la tarde al final de la jornada vuelvo a montarme en el autobús en dirección contraria camino a casa. Objetivamente, tenía bastantes probabilidades de que estuviera en ese lugar a esa maldita hora, pero por fortuna para mí y mi familia, no fue así. En vez de estar a esa hora en la calle, me encontraba en la oficina a 300 metros de los sucesos, lugar donde tuve que permanecer hasta las 22.30 cuando finalmente la Policía decidió que era seguro desalojarnos.

Desde la oficina durante toda la tarde pudimos observar cómo los Cuerpos y Fuerzas de seguridad vaciaban las calles y ordenaban a los viandantes a refugiarse en los locales más cercanos, para favorecer la operación de búsqueda y captura del autor material de la matanza. Durante el tiempo de reclusión, no parábamos de recibir noticias, muchas de ellas no contrastadas, vídeos y fotografías de lo recientemente sucedido a escasos metros de donde estábamos, y que yo me negaba a circular por sensibilidad hacia el dolor de muchos, por no difundir posibles bulos y por responsabilidad para no entorpecer las investigaciones que se estaban llevando a cabo en ese momento. Nunca olvidaré lo que sucedió durante estas horas, ni del camino de vuelta a casa, andando durante casi una hora por el barrio del Ensanche y por la avenida Diagonal, unas calles momentáneamente vacías de esa vitalidad y del colorido que siempre les han caracterizado, y que muy pronto, a fuerza de seguir mirando hacia adelante, sin duda volverán a recuperar.

Anoche vimos lo peor de lo que es capaz el ser humano, pero también lo mejor, viendo cómo ciudadanos anónimos, valientes y solidarios, se ofrecían a ayudar de la mejor forma posible, ofreciendo sus hogares y hasta su propia sangre para intentar salvar a alguna víctima que aún estuviera debatiéndose entre la vida y la muerte en los hospitales. Toda Barcelona éramos una piña, pero también pude sentir que toda España y el resto del mundo han sentido nuestro dolor y se han volcado con nosotros. No tenemos miedo. Volveremos a levantarnos, sabiendo que la única forma de vencer es agarrándonos más fuerte que nunca a los valores de la libertad, la democracia y los derechos humanos. No caigamos en la trampa de confundir la barbarie terrorista con ninguna raza o creencia ni con ninguna comunidad en particular. La violencia y el odio pueden infiltrarse en cualquier lugar donde no reinen los valores fundamentales que caracterizan nuestra civilización, y luego coger forma a través de múltiples ideologías.

Ayer fue un día para olvidar, por el dolor causado, pero al mismo tiempo para recordar, como inapelable señal de que ahora más que nunca tenemos que estar unidos y poner en valor nuestro sistema de libertades. Por eso, el próximo lunes volveré a la costumbre de coger la línea V13 y bajarme en la parada de plaza Canaletas, para recorrer ese tramo de las Ramblas, mi pequeño gesto en defensa de la libertad.

Recemos por las víctimas, recemos por Barcelona.

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