El escrache nacional

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Se habla de ley y de democracia con enorme impunidad. Se vulneran los códigos con total libertinaje e incluso se gambetea con arrogancia lo que el poder otorga a quienes representan a la ciudadanía. El buen fin del sentido común se encarama al disparate y claro, sucede lo que por imperativos de cruzar la línea roja debe ser entendido como ilegalidad de actos. Lo cierto es que el asunto de Cataluña ha resultado ser un referéndum que no ha sido tal, ni por las formas ni por el fondo, pero que sí ha servido para dejar las cosas peor de lo que estaban. No se entiende, por tanto, como los máximos responsables de la Generalidad por un lado, al igual que el señor Rajoy y demás equivalentes, no han hecho lo que por estricta obligación tenían el deber de hacer.

El esperpento ha sido de tal calado que nos deja a todos en una situación de incierto futuro. No se puede ni se debe poner en evidencia a la propia ley que, en definitiva, es el instrumento que rige el destino de la seguridad individual y colectiva. Ahora bien, la sinrazón de los protagonistas situados al margen de la ley, ha conseguido activar la espoleta y la cuenta atrás para una enorme fractura ha puesto en marcha la bomba madre sin reparar en gastos ni en gestos. A partir de ahí España está siendo víctima del mayor y más vergonzoso escrache de su ejemplar democracia.

Los que están concebidos para la discordia piden la dimisión de Mariano Rajoy y sin embargo silencian la prisión para el señor Puigdemont y sus adláteres. Algo no funciona cuando estar al margen de la ley puede quedar impune. Una cosa es la mediocridad política y otra muy diferente es impulsar a un pueblo a la sublevación más contumaz. La sociedad ha de saber que lo políticamente correcto se puede solucionar a través de otra clase de urnas, es decir, las que están reguladas por la legalidad y el orden constitucional mediante comicios ajustados a ley. Es tan sencillo como cambiar el sentido del voto en función del mérito o demérito de este o aquél candidato; ahora bien, la sublevación popular apañada por quienes han de mostrar cordura de actos ante la sociedad, es un delito de cárcel y suspensión inmediata de funciones.

Hay quienes se dedican a domesticar voluntades ajenas a través de concienzudas maniobras y este método, por sabido desde hace muchos años, solo ha servido como resguardo político para quienes canjeaban con su beneplácito el sacar adelante pactos y demás canonjías presupuestarias. Y el tiempo ha madurado en egoísmo y ya no es suficiente el precio de lo que se recibe, sino lo que ahora pretenden los sublevados es quedarse con una jerarquía en forma de república para que este paraíso sea el juguete de sus caprichos y tapadera de sus vergüenzas.

Aún a sabiendas de que el nacionalismo es pieza que vertebra la convivencia, divide a la gente, y por consiguiente, conduce a desigualdades en la distribución de las riquezas, la cosa se extiende de manera estratégica, y así la transformación de una democracia pasa por fabricar una idea contraria inoculando el pensamiento único a base de otorgar el triunfo, no a quienes ofrezcan la mejor alternativa, sino a quien represente la mejor crítica al sistema establecido; de ahí el darle más importancia a un esperpéntico acto como el contemplado, en donde se ha idolatrado a una especie de recipiente a modo de urna como si del mismísimo Santo Grial se tratase. El caso es sacarle rédito político sin reparar en efectos especiales ni tramoyas.

Triste bagaje para cualquiera cuando detrás de una burlesca expresión de papeletas se pretende conseguir un derecho de autodeterminación al margen de la ley. No, así no, a un país no se le puede fragmentar por naturaleza de caprichos consentidos ni tampoco hacer división de la cosa común dando de lado no solo al otro 50 por ciento de población catalana libre del gen de la rebeldía, sino también a un país cuya mayoría contempla con circunspecta perplejidad como el jefe de la rebelión quiere dialogar y a la vez ser independientes. Y así estamos a día de hoy, ni los golpistas en la cárcel, y con un Mariano Rajoy en estado puro de lenidad a expensas de no se sabe qué y cuales las medidas correctoras de este golpe de sedición que sitúan al Reino de España en el alambre. El Rey, por cierto, ha puesto un punto de tranquilidad y esperanza en horas de difícil interpretación con un mensaje ajustado y dando ejemplo de firmeza nacional, tan necesario en un país como el nuestro con mucha ley, pero con falta de orden en estos momentos. Esperemos que el Estado de Derecho esté por encima de los refractarios y se restaure la unidad de respeto.