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El verdadero problema de España no es el separatismo

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El verdadero problema de España no es el separatismo. El llamado desafío soberanista catalán es grave, aunque no tanto porque haya un riesgo real de separación de Cataluña (riesgo nulo, a pesar de las apasionadas escenificaciones), cuanto por ser síntoma de una sociedad enferma, aquejada de un peligroso delirio colectivo inducido por las erróneas creencias de una mitología alucinada.

Pero el problema real, el más profundo, es que el Régimen del 78 es incapaz de acabar con el separatismo. Sólo puede darle patadas adelante, aplazarlo, y dejar que la bola se haga cada vez más grande. ¿No lleva haciendo eso ya 40 años? Y no puede arreglarlo, porque la que se invoca como solución, la Constitución, es la principal causa del problema (aunque no la única). Al haber dejado abierta y deliberadamente ambigua la organización territorial del Estado, el Régimen vive muriendo en una transición eterna, con sus negociaciones, sus traspasos de competencias, de cuotas, de créditos… poder y dinero que se reparte entre las oligarquías partidistas locales y estatales, y del que una parte se invierte en seguir alimentando la fantasmagórica amenaza.

Anda todo el mundo muy preocupado por lo que pueda pasar en Cataluña, pero creedme: es puro teatro. La obra se desarrolla ante nuestros ojos con gran realismo, en las calles, pantallas y tabloides, pero su libreto se escribe en la trastienda secreta de la inteligencia del Estado. Sí, aunque no lo parezca, hay inteligencia en el Estado, porque incluso los parásitos tienen la inteligencia suficiente para procurar su propia perpetuación. ¿Y a quién parasita este Estado? A la nación española, la gran desaparecida, la innombrable, el pueblo español en su conjunto, el convidado de piedra en el banquete democrático: el que paga, el que vota, el que teme y el que calla.

¿Queréis saber qué va a pasar el 1-O, y después? Nada. O lo de siempre: que todos saldrán ganando, salvo los tontos útiles, necesarios para darle verosimilitud a la película. Veamos el reparto de papeles y el más que probable desarrollo de los acontecimientos.

Pase lo que pase el domingo, nadie podrá dar por válido el esperpento-referéndum. Puigdemont será defenestrado, Mas embargado, Trapero despedido, habrá varios detenidos entre segundones que se hayan señalado demasiado. Los pringados creerán que se convierten en mártires, y en poco tiempo serán olvidados. Después se convocarán elecciones autonómicas, y aunque la agitación callejera se mantenga, irá disminuyendo.

Las elecciones las ganará Junqueras ampliamente, pero lo importante será la correlación de fuerzas. Probablemente será investido President apoyado por los comunes, que impedirán un gobierno del bloque constitucionalista. Junqueras en su investidura pronunciará un discurso de Estado. Pondrá el horizonte en la independencia, pero reconocerá que los ánimos están muy calientes, que es tiempo de serenarse, de reflexión y diálogo, para construir su nación. Y lo elogiarán hasta los periodistas de derechas, por su seny.

Los de la CUP, entre tanto, aunque seguirán en el Parlament, serán ya irrelevantes para formar gobierno, como siempre le pasó a IU. Intentarán agitar las calles, sacar a sus mesnadas de cachorros adoctrinados, pero ay, ya no tendrán a su servicio TV3, ni podrán entregar flores a los Mossos, ni los profes les animarán a la huelga. Se radicalizarán, emplearán técnicas de kale borroka, y Junqueras les mandará los antidisturbios catalanes. Pues, como todo el mundo sabe, los porrazos de la Policía autonómica son mucho más democráticos, sobre todo cuando nadie los saca por la tele. Pobres muchachos, tan jóvenes e inocentes…

Rajoy saldrá reforzado, y los periodistas respirarán tranquilos, y podrán repetir satisfechos que al final la ley y la Constitución funcionan, que nos hemos dotado de unos mecanismos legales estupendos y blablablá… Los políticos se reunirán en comisión de expertos, elegidos por cuotas partidarias, para reformar el bodrio, digo la Constitución, y así… hasta la próxima Diada, dentro de uno, o dos, o tres años…

¿Hasta cuándo dormiremos, compatriotas? ¿Hasta cuándo dejaremos que nos dividan y nos pastoreen y nos ordeñen y nos engañen? ¿Hasta cuándo permitiremos que destruyan e ignoren a la nación española mientras se reparten insaciables los pedazos de su Estado? Parafraseando a ese diputado con apellido y lenguaje rufianescos: ¡Sacad vuestras sucias manos de nuestros bolsillos, politicastros! No permitamos que reformen la Constitución. ¡Más vale abolirla! Abramos un periodo de libertad constituyente. Ejerzamos nuestro derecho a decidir sobre la forma del Estado, su organización política y territorial: que se oigan las propuestas y que sea el pueblo soberano el que decida. ¿No es eso democracia?