En estos días, en España, hemos tenido repetidas pruebas de una afirmación incubada en el nazismo, cuya autoría se asigna a quien fué jefe, y ministro, de propaganda de la Alemania del III Reich liderada por Adolf Hitler, Joseph Goebbels: “Una mentira mil veces repetida, se transforma en verdad”, todo ello alrededor de los acontecimientos sucedidos en torno a la fecha del 1-O, terriblemente dolorosos para el observador ecuánime.
A la indicada fecha del primero de octubre, se llegó a lomos de una tormenta de mensajes de Carles Puigdemont y Mariano Rajoy, presidente de la Generalitat de Cataluña el primero, y del Gobierno de España el segundo, que se han rebelado como falsos, en eso coinciden ambos, algo es algo, veámoslo como positivo y como reseña de que sí son capaces de coincidir, al menos en su forma de comunicar… ¡eureka!
Empezamos por el señor Puigdemont quien hasta el día anterior al 1-O afirmó cosas cómo:
1) Habría referéndum.
2) Con todas las garantías democráticas.
3) Habría papeletas oficiales y se utilizarían sobres para respetar la confidencialidad de los votantes.
4) Controles para garantizar que cada integrante del censo votara una única vez.
5) Neutralidad de la administración de la Generalitat respecto al sentido de cada voto. Pluralidad.
6) Presencia de una sindicatura electoral.
7) Independencia de las mesas electorales, sin instrucciones directas de la Generalitat.
8) Censo electoral público, con opciones de recurso para quienes no aparecieran en él o lo hicieran de forma incorrecta.
9) Designación de presidentes y vocales de mesa, de la forma que prevé la Ley, con posibilidad de recursos de las personas designadas.
Todo ello incumplido, con el agravante de que, minutos antes del inicio de la recogida de votos, se anunciara un sorprendente censo universal para que cada votante se dirigiera al colegio que considerase oportuno, habilitando que las papeletas fueran impresas por cada persona en su propia casa y que se introdujeran en las urnas sin los preceptivos sobres.
Es decir, cada persona pudo votar donde quiso y tantas veces como quisiera, sin ninguna garantía.
Lo anunciado por el señor Puigdemont fué mentira y falso, empezando por la afirmación de que habría un referéndum, no lo hubo. Sí hubo una notable presencia en las calles reclamándolo, tan llamativa como la mayoría social de catalanes que optaron por no participar, de al menos el 80% de su censo de votantes.
Pero el señor Rajoy también mintió. En los días anteriores repitió hasta la saciedad que el Estado haría todo lo necesario para impedir el referéndum y sí lo que hizo, es todo lo posible, parece bastante ineficaz, lo cual, a estas alturas no puede sorprender a nadie.
Hubo urnas en las calles y unas acciones policiales que, más allá de desafortunadas en algunos casos, hubieran sido deseables con más prudencia, tino y a tiempo, todas las cuales solo sirvieron para brindar al señor Puigdemont, y sus partidarios, unas escenas captadas por los medios informativos, repetidas hasta la saciedad, sin perder de perspectiva que esas actuaciones sólo afectaron a poco más del 15% de las mesas electorales previstas. Mucho ruido y pocas nueces, además de tarde, mal y nunca.
Pero las mentiras no finalizaron; en el mismo 1-O, y desde el día siguiente a él, tanto Puigdemont, como Rajoy, y los vasallos de uno y otro, siguieron cumpliendo el precepto del nazi Goebbels, repitiendo una y otra vez solo su parcial verdad.
Nadie piensa en España que la cuestión a dilucidar esté hoy más resuelta que la semana pasada, además de haber polarizado los sentimientos de muchas personas, en Cataluña y en España, personas de buena fé, que actúan todas ellas convencidas de hacer lo correcto.
La solución a ésta situación no pasa ya ni por Carles Puigdemont, ni por Mariano Rajoy, cuanto antes seamos capaces de pasar página sobre ambos, en Cataluña y en España, más cerca estaremos del final que nos merecemos, catalanes y resto de españoles.