Sucedió en Balaídos en los instantes finales. Simeone pedía el final del partido con ahínco. No se trataba de la final de un torneo. Era la Liga, jornada 9, y el Atlético de Madrid se agarraba a la victoria que estaba logrando ante el Celta pertrechado en su área, más por obligación que por voluntad propia. No anda fino el grupo de Simeone en este inicio de temporada. Al filo del abismo en Europa y con mucho lastre perdido en la Liga, han asomado dudas en una entidad que si se ha caracterizado por algo desde la llegada de su actual técnico es por la convicción en sus ideas.

A la espera de la llegada de Costa, el Atlético penaliza en el área rival por la falta de pegada de sus delanteros. Griezmann ha perdido presencia en las zonas calientes del campo y no hay nadie que levante la mano en el grupo, que hizo de la eficacia su razón de ser. No necesitó nunca el Atlético un gran volumen de ocasiones para sacar sus duelos adelante. Siempre se apeló a la fortaleza defensiva del equipo y a la eficacia para competir. “El objetivo es ganar”, afirman los rojiblancos cuando se les reprocha la falta de vistosidad de su juego. Sucede que a la falta de acierto en los delanteros, sin un gran volumen de ocasiones, tampoco le acompaña un gran ejercicio defensivo. No se adivina ese espíritu guerrero del que hizo gala este Atlético, quizá el mejor de su historia.

A la falta de acierto de sus delanteros, condenados per se a un alto porcentaje de efectividad por la falta de constancia en la producción ofensiva, se une la dificultad de salir al contragolpe. Un arma de la que se ha valido Simeone para cimentar su legado y que ahora ve como le cuesta un mundo poner en práctica. Nadie es capaz de estirar al equipo cuando sufre el asedio rival, algo frecuente por el gusto del técnico argentino a defender en bloque bajo, cerca de Oblak. Griezmann, referencia ofensiva del grupo, se ve obligado más de la cuenta a ayudar en tareas ofensivas y a armar el juego, lo que le resta presencia arriba. El fichaje de Costa, más que recuperar un buque insignia del Atlético campeón, busca poder rescatar el contragolpe que tantos réditos le ha dado a los colchoneros recientemente.

Pérdida de identidad

Simeone siempre insistió en el sentimiento de pertenencia para impulsar al grupo. Así, logró una implicación coral de toda la institución, afición incluida, que ha permitido en los últimos cinco años colocar al conjunto rojiblanco en la terna de equipos aspirantes a ganar la Champions. Todo ello, con un mérito mayúsculo si atendemos al músculo económico que poseen el resto de aspirantes a alcanzar el cetro continental en la final del próximo 26 de mayo en el estadio olímpico de Kiev. Real Madrid, Barcelona, Bayern, Chelsea, City o PSG poseen más recursos a la hora de armar plantillas competitivas. Pese a ello, Simeone y los suyos tienen entre ceja y ceja la Orejona.

La entrada en la élite europea exige al Atlético dominar más recursos de los que, por el momento, adolece. La ausencia de Koke está resultando capital a la hora de armar el juego y esto, unido a la falta de acierto, aumenta las dificultades para sacar adelante los encuentros. A diferencia del resto de grandes equipos europeos, el Atlético siempre necesitó de un mayor esfuerzo que el resto para ganar los encuentros. A falta de talento, el equipo se hizo fuerte en el compromiso, la garra y una convicción febril en el esfuerzo. Los fichajes, sin embargo, no casan de igual manera con ese espíritu que pregona Simeone, y el espinazo del grupo, los Gabi, Godín o Juanfran, son un año más mayores.

Nadie duda de Simeone, convertido en chamán de una entidad a la que levantó de una profunda depresión. Desterró el apelativo del pupas para rozar, hasta en dos ocasiones en los últimos tres años, la Copa de Europa. Sin embargo, pocos esconden que el equipo ha perdido el fuego de anteriores campañas. Sin su identidad, este Atlético tiene poco a lo que agarrarse.

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