Crítica teatral a la versión de Pablo Messiez, de la obra de Federico García Lorca, producida del Centro Dramático Nacional, programada en el Teatro María Guerrero de Madrid.
Un escenario rotundamente blanco, solo matizado por tres troncos de árbol situados a la derecha de la boca de escena, a vista del público, nos recibe al ocupar nuestros asientos en el Teatro María Guerrero, en contrapunto a la rica decoración de éste, en terciopelo rojo y pan de oro, coronada por el original rosetón neomudejar de su fantástico techo.
Minutos antes de comenzar el espectáculo, el murmullo del público se va atemperando por la presencia de una mujer desnuda, solo tocada por una larga melena de pelo blanco, quien aparece desde el fondo de la escena, mirándonos, desplazándose lentamente, pareciendo no andar sino, más bien, danzar; hasta que, minutos después, a la hora exacta prevista, situada frente a nosotros empieza a declamar con gran aplomo y expresividad -en la piel de una gran Claudia Faci, interpretando a lo largo del espectáculo la muerte y la luna- parte de Comedia sin título” como preámbulo a esta versión de Pablo Messiez, de las Bodas de Sangre de Federico García Lorca, advirtiéndonos: “Hoy el poeta os hace una encerrona porque quiere y aspira a conmover vuestros corazones enseñando las cosas que no queréis ver…”, para, a continuación, dirigir una hábil daga a todos nosotros como espectadores: “¿Por qué hemos de ir siempre al teatro para ver lo que pasa y no lo que nos pasa?, momento en el que un tronco de árbol cae desde lo alto del escenario, con estruendo, que atrae toda nuestra atención, lo cual se aprovecha para la entrada y salida de actores, marcando el inicio en sí de la trama de una manera perfecta y eficaz, en su sencillez.
Messiez nos presenta, de forma magistral, lo esencial del drama escrito por Lorca sobre unos hechos reales ocurridos en Níjar (Almería) en 1928, donde la pasión y el deseo se abren paso, hasta la sangre, más allá de los convencionalismos y acuerdos sociales, situándolo en algún lugar rural de nuestra contemporaneidad, enmarcándolo en una alegórica belleza estética en la que se cuida hasta el extremo todos los detalles de los elementos técnicos, desde la perfecta escenografía de Elisa Sanz, con un acertado uso del color, destacando la transformación del cubo blanco inicial en un conseguidísimo bosque, con reflejos de imágenes que lo hacen interminable; a una iluminación de Paloma Parra que termina por convertirse en un personaje más; con hábiles complementos como el recurso de incluir el poema Cielo vivo, de Poeta en Nueva York, en las palabras que el padre de la novia, interpretado por la actriz Carmen Léon -desconociendo si ello encierra un determinado fin en sí mismo- dirige a los invitados, así como la inclusión de los temas musicales Y sin embargo te quiero y Soy lo prohibido, además de El pequeño vals vienés de Leonard Cohen sobre texto lorquiano, perfectamente interpretado por Guadalupe Alvarez Luchía, impecable en toda su prestación como mujer de Leonardo.
En este espectáculo prima lo coral, y ese parece el objetivo de los trece actores que lo interpretan, aunque destaca el estupendo trabajo de Gloria Muñoz como la madre del novio, que contiene, en su desempeño, toda la peculiaridad de las mujeres descritas por Lorca, componiendo una escena inicial, con Pilar Gómez, en el papel de vecina, con guiños almodovarianos. Ya quedó destacado el trabajo de Guadalupe Alvarez Luchía, con mención especial, además de las ya reseñadas Claudia Faci y Carmen León, también para Estefania de los Santos, en el papel de criada de la novia. Correctos trabajos de Julián Ortega, como novio, y Carlota Gaviño como novia, con un Leonardo un punto sobreactuado por parte de Francesco Carril. Completando el elenco Pilar Bergés, Juan Ceacero, Fernando Delgado-Hierro y Óscar G. Villegas.
Mi sensación al acabar este espectáculo fue de plenitud, disfruté, me pareció impecable la puesta en escena, correctísimo el acercamiento al texto de Federico García Lorca, por parte de Pablo Messiez, en esta contemporánea versión de Bodas de Sangre, en este año 2017 en el que previsiblemente se harán más adaptaciones de este texto, al cumplirse el pase a dominio público de los derechos de la obra del poeta, pero el nivel marcado por esta revisión pone muy alto el listón.
Es fantástico disfrutar de los recursos de una compañía como el Centro Dramático Nacional con un resultado tan magnífico como éste, que hace de la aparente sencillez, tras la que hay mucho trabajo, la clave para que todo lo que ocurre sobre, delante y tras la escena sea a favor del magnífico, y sobresaliente, resultado final.
Lo cual no siempre sucede, a pesar de contar con los mismos recursos; pero en este caso lo que toca es destacar este espectáculo y dar la enhorabuena a sus responsables.