Entrenamiento de la selección argentina de baloncesto previo a los Juegos de Londres de 2012. Manu Ginóbili, cuya alta jerarquía dentro del equipo resplandecía en tres anillos de la NBA y en una medalla de oro olímpica, vio al novato, joven y bullidor. Pero algo no le cuadraba. No tenía delante la figura que se le supone a un componente de una de las escuadras más admiradas del planeta basket. Paró a Facundo Campazzo, que así se llamaba el recién llegado, y le espetó: “Nunca vi a un base de 20 años con panza”.

Desde aquel momento, Campazzo comprendió las servidumbres de la élite. Si quieres llegar a lo más alto, no confíes sólo en los dones innatos que te han llevado a divisar la cumbre. Sobre todo, si mides 179 centímetros y ocupas un puesto dominado por uno noventas. Y subiendo: Doncic, Simmons, Antetokounmpo. Hay que profundizar en las cualidades que la naturaleza da e ir a la búsqueda de aquellas que Salamanca, contrariando el proverbio, si presta, pero a cambio de mucho sacrificio. Un atleta proclive a engordar debe sujetarse a la más correcta alimentación. Y Facundo, con el estímulo de sus compañeros más responsables, se convirtió en un chico paleo: fuera azúcares y harinas, hola frutas y verduras. Ha confesado que una de sus privaciones más dolorosas fue renunciar a las empanadillas árabes; esos receptáculos de gluten rellenos de carne muy condimentada, característicos del buen yantar argentino y especialidad de su madre.

El Campazzo más físico es el representativo de esta temporada. A pesar de su estatura, no es raro verlo taponar o machacar. De los mates ha dicho que “es algo que hago inconscientemente, es un orgullo ver que puedo hacerlo. Si tienes aptitud, puede pasar cualquier cosa”. Mientras los focos babean por Doncic, él está creciendo como jugador y como líder. No es el mismo Facu que se marchó, sus dos años de cesión le han hecho madurar. Ha pasado de estrella en Murcia a héroe puntual en Madrid. Un referente para los instantes finales, para cuando quema el balón y el aro se estrecha. Hombre de canastas decisivas, suyos fueron los últimos minutos ganadores del pasado Valencia Basket-Real Madrid y suyos fueron el robo y el mate que sentenciaron la victoria madridista en Bilbao. La alternativa al Chacho por fin se concreta.

Llull, Doncic y Campazzo forman una tripleta de bases por la que suspiraría cualquier entrenador europeo. Complementarios en lo físico y en las habilidades, semejantes en el esfuerzo y el liderazgo. Las penalidades del final de curso pasado vinieron, en muy buena medida, por no contar Pablo Laso con un director de juego que diera descanso a un Llull con el depósito abocado al cero y a un Doncic necesitado de experiencia. El jugador que faltaba era el típico bajito con dominio de la pelota, defensa incisiva, penetraciones fulgurantes, tiro exterior, competitividad, inteligencia y disciplina. Ese jugador estaba disfrutando de la feraz huerta murciana. A ese jugador no le pega una barriga prominente.

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