Día internacional contra la violencia de género

Imagen de la manifestación contra la violencia de género en Madrid. Efe

El 25 de noviembre es el Día Internacional contra la Violencia de Género y he de confesar que no lo sabía. La casualidad ha querido que me decidiese a escribir sobre este tema precisamente el día que se ha establecido para concienciar sobre este problema y que me enterase de tal circunstancia, vía internet, antes de comenzar a desarrollar el artículo.

Así pues ya tenemos el kit completo. Posturas absolutamente afectadas e intolerantes de nuestra clase política y de la sociedad en general hacia el maltrato, acuerdos plasmados sobre papel, día internacional para rasgarse las vestiduras y que se llenen las redes de mensajes comprometidos con la causa, por lo menos durante 24 horas, y algún que otro recurso más funcional, menos etéreo, para luchar contra esa lacra.

Visto lo visto, todo ello carente de la efectividad que sería deseable. El maltratador no se detiene ante las declaraciones institucionales, ni ante un papel firmado, ya sea un acuerdo entre partidos o una orden de alejamiento. De hecho ni siquiera son totalmente definitivas las soluciones tecnológicas como las pulseras electrónicas, cuya implantación ha de determinarla unos jueces que deben valorar su efectividad y proporcionalidad.

Siempre he pensado que ninguna mujer puede estar a salvo de su verdugo a no ser que se le ponga una escolta las 24 horas del día. Curiosamente, el otro día, una víctima de maltrato declaraba en la televisión que a quien se ha de poner escolta es al maltratador. Naturalmente estas soluciones aparte de costosas deben tener sus problemas legales.

Pero en lo que yo quería poner el foco es en el maltratador. Revisando los tres últimos casos de violencia machista con resultado de muerte en nuestro país, he conocido las circunstancias personales de la víctima. Dónde trabajaba, dónde vivía, si había interpuesto denuncia, si estaba en proceso de separación, si la mataron cuando venía de recoger a su hijo del colegio, -como el caso de Elda-, o si la afectada sobrevivió pero con el dolor de ver a su hija de 2 años degollada por su padre, -como en el caso de Alzira. Y por supuesto, nombre y edad.

Del maltratador que pasa al siguiente estadio, el de asesino, es difícil encontrar muchos datos. A veces no aparece ni el nombre. Menos aún circunstancias personales o perfiles psicológicos. Casi siempre se le menciona como, la pareja, el asesino –a veces ni presunto-, el hombre de tantos años, etc…

Pero lo que me llama realmente la atención es que en una sociedad que cree en la reinserción, que defiende los derechos del delincuente común y no tan común, dejando sueltos incluso a pederastas -que vuelven a las andadas a las primeras de cambio- y que incluso llega a debatir sobre los derechos de los terroristas, adopte medidas contra el maltratador que son únicamente coercitivas y de rechazo total.

Si la educación de nuestros hijos es primordial para la prevención de las malas conductas, ¿no cabría también la posibilidad de intentar reeducar al hombre que piensa en la mujer como algo de su propiedad? ¿Se pueden estudiar y tratar las causas de esa conducta, como por ejemplo que el verdugo haya sido víctima en su infancia, o que proceda de un país en el que el machismo esté aún más latente que en el nuestro? ¿No se podría obligar a estas personas a asistir a reuniones de terapia similares a las que se realizan para superar adicciones? ¿Se podrían tal vez expulsar a maltratadores de otros países al primer indicio de violencia machista?

Me ha resultado muy complicado, de hecho no he podido, encontrar estadísticas fiables sobre nacionalidades de implicados en casos de violencia de género, por poner un ejemplo. O rangos de edad, de nivel social o académico, etc. Creo es necesario recabar más información, estudiar la problemática desde otros puntos de vista aglutinando casos según las circunstancias, para su posterior estudio y propuesta de soluciones. Pero sobre todo hay que centrar el foco más en ese maltratador del que apenas se habla, al que apenas se le estudia o evalúa, como si con ello le pudiésemos hacer desaparecer.