La gran mentira del crecimiento económico

EFE

Imaginemos que de repente aparece en medio del océano una gran isla con un tamaño similar al de España. Es un nuevo territorio virgen, lleno de selvas y bosques, con numerosos ríos y lagos, con muchos animales salvajes y pletórico de recursos naturales.

Una importante cantidad de seres humanos se traslada a este nuevo territorio y deciden fundar un nuevo país. Lo primero que hacen es establecer un sistema agrícola y ganadero que asegure su sustento, para lo cual talan una buena parte de los bosques y los convierten en campos de cultivo y en praderas donde alimentar al ganado. El FMI evalúa su PIB y establece que la economía del nuevo país ha crecido un 10%. Más tarde establecen las primeras ciudades, las primeras carreteras para comunicarlas y las primeras industrias, con lo que continúan talando bosques y aprovechando los recursos naturales de la nueva isla, con el único objetivo de producir toda clase de bienes de consumo. El PIB se dispara otro 20%. Atraídos por el crecimiento y la creación de empleo millones de personas emigran al nuevo país, demandando cada una de ellas comida, agua, energía, ropa, sanidad, educación, ocio, refugio, etc. El PIB, imparable, crece un 30%. Pronto millones de coches y camiones ruedan por las carreteras, construyen trenes de alta velocidad, tienen una gran flota pesquera para abastecer el consumo interno y la exportación, desarrollan una potente industria química, y viendo la envidia que provocan en los países cercanos, crean una poderosa industria militar, y montan un moderno ejército, por si a sus vecinos se les ocurre invadirles. Son el ejemplo a seguir en el planeta, con un crecimiento del PIB de un 50%.

El FMI encantado sentencia que el PIB acumulado del nuevo país ha crecido un 100%. Pero de las extensas selvas y bosques de antaño ya casi no queda nada, el agua cristalina de sus ríos ya no es potable, la mayoría de endemismos de plantas y animales de la isla se han extinguido, el antaño aire puro es ya casi irrespirable, los peces del mar son cada día más escasos y la basura y los residuos lo contaminan todo. Poco a poco cada vez llueve menos, las cosechas son más escasas, los ciclones y los tornados son cada día más frecuentes, el verano dura mucho y el invierno no acaba de llegar, y las tormentas de arena en el desertificado país, otrora vergel, lo cubren todo.

Pasado un siglo, y después de sufrir guerras y calamidades, debidas a la escasez de recursos, los descendientes de los fundadores del nuevo país isla, culpan a sus progenitores por su estupidez y su avaricia, y por haberles dejado en herencia un desierto en guerra, cuando ellos recibieron un paraíso colmado de recursos naturales. Sentencian que sus abuelos tenían la capacidad para desarrollar una economía sostenible, que tenían la tecnología para producir el 100% de energía limpia y que podían haber reciclado la casi totalidad de los materiales que producían. Afirman que las generaciones pasadas, animadas por salvajes campañas de marketing, compraban compulsivamente cientos de cosas que no necesitaban, que despilfarraban el agua y la energía sin pensar en el mañana, que se endeudaron hasta colapsar la economía, que con los glaciares derritiéndose y el mar tragándose las ciudades, todavía muchos cuestionaban el cambio climático, y que, acomodados en su egoísmo, creyeron a políticos viles que llamaban crecimiento económico a la destrucción.