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REUTERS/ Albert Gea

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Resulta interesante, emocionante y, sin duda, preocupante el futuro de Cataluña. Unos votos hacia un color u otro pueden marcar caminos muy diversos. Pero, sobre todo, unos votos u otros nos pueden señalar hasta qué punto los votantes, ante el desastre vislumbrado después del 1-O, han valorado la necesidad de buscar un voto que incluya sus vidas cotidianas en el proyecto del poder institucional, las vidas de la gran clase media que madruga y lucha cada día, la que aporta más votos y más impuestos, y que, por tanto, debe ser el leitmotiv de la música celestial que inspire al elegido.

Pero no por rechazar a quien se desmarque de esa gran clase media por necesidad o decisión, sino porque es más fácil la tolerancia de cualquier tipo y, con ello, la diversidad de una sociedad civilizada, rica y próspera, cuando la mayoría no sólo manda teóricamente a través de sus representantes sino, realmente, y esos representantes no boicotean cualquier atisbo de normalidad gaussiana. Las colas de Gauss son tan curva de Gauss como el centro pero en el mundo real el poder de las minorías sobre las mayorías provoca conflictos violentos, y al final a la curva se le cae la panza y se convierte en una guillotina.

Quizá debamos asumir la necesidad de convertir la política en lo que realmente debe ser, una obligación cívica. Achicar el Estado para que ninguna caída nos pueda aplastar y desarrollar una participación colaborativa en las organizaciones ciudadanas. Y no hablo de sistemas asamblearios ineficientes. Hablo de organizar actividades concretas que favorezcan el desarrollo del país más allá de lo que nuestro trabajo remunerado pueda aportar.

Recientemente leía la biografía de un gran referente en la hematología, el doctor Ciril Rozman que en 1976 realizó el primer trasplante de Médula Ósea en España, catedrático desde 1967 en esa Barcelona pujante y luminosa a pesar del franquismo. Nacido en Eslovenia, salió de su país tras el fin de la Segunda Guerra Mundial y la llegada de los soviéticos. Tenía 16 años. Pasó tres años en campos de refugiados italianos, en esos tres años terminó sus estudios de bachillerato y aprobó un examen similar a lo que aquí se llamaba "examen de estado", necesario para acceder a la Universidad. Le prepararon a él y a otros amigos, sus compañeros refugiados anteriormente profesores. Luego, como por casualidad, cuando su destino parecía llevarle a Buenos Aires, le empujó hasta Barcelona, donde estudió medicina con tres becas para cuatro estudiantes y acabó con premio extraordinario.

Me impresionó cuando leí esa entrega y capacidad de superación. Esa capacidad de organización, ese dar para recibir. Ese soñar con los pies en la tierra. Y esa inquietud creativa que le hizo dar tanto a nuestro país, aportando a la Medicina Interna el gran libro que todos los médicos de habla hispana hemos disfrutado (Farreras-Rozman) y más de 800 artículos claves para que sea la Hematología uno de los campos en los que mayor desarrollo y proyección internacional ha logrado la medicina española.

No sé qué pensará el doctor Rozman de esta Cataluña, de todo lo que está pasando, pero sea la que sea la valoración política que hagamos de cada problema debemos aprender de estos seres grandes por su inteligencia, capacidad y entrega. Sea como sea y con el líder que sea hay que arrimar el hombro y construir ladrillo a ladrillo. La política no puede ser oficio de trepas, vagos o iluminados y eso no lo va a cambiar ninguna ley, lo tenemos que cambiar entre todos.

No todo se puede comprar con dinero y no toda la política debe venir marcada por los que reciben una nómina por ello. Política de ciudadanos libres de sectarismo, prejuicios e ideologías cerradas para construir sociedades de individuos libres trabajando armónicamente. Como en un gran concierto que ofrece la mejor música con buenos profesionales que se coordinan bajo la batuta de un director que marca tiempos, entradas, ritmo... y cuando, desde el coro y la orquesta la música toma vida en su director, esa fuerza es devuelta como estímulo que recoge lo mejor de cada voz, de cada instrumento y la partitura acaba transformándose en momentos irrepetibles que traspasan los tiempos.