En torno a la cultura hipersexual de nuestra sociedad

Harvey Weinstein. Carlo Allegri Thomson Reuters

Las denuncias contra el norteamericano Harvey Weinstein ha generado una respuesta inmensa de nuevas acusaciones: otros directores y productores, actores, altos directivos de empresas, colectivos artísticos y grupos políticos. Hoy lo que se discute no es ya un caso aislado de un abusador, sino la cultura hipersexual de nuestra sociedad, de la que España no se encuentra excluida.

Carmen Camey mantiene en Aceprensa que se requiere mucho coraje para que una víctima denuncie a su abusador, pero también se requiere coraje para que quienes atestiguan los abusos y escuchan rumores actúen. Cita un reportaje de The New Yorker en el que se descubre que al menos 16 asistentes que trabajaban en la compañía de Weinstein habían visto o sabían de conductas sexuales inapropiadas por parte de él. Todas ellas dijeron que los comportamientos eran ampliamente conocidos tanto en Miramax como en la Weinstein Company. Debemos crear una cultura en la que las denuncias (no solamente denuncias penales, sino quejas o reclamos dentro de las empresas y otros ámbitos) puedan plantearse con la seguridad de que serán investigadas y confrontadas. Las reglas y políticas empresariales, así como los castigos penales para los abusadores, no son suficientes. Estos tienen que existir y funcionar, pero son un remedio para un mal que deberíamos de ser capaces de prevenir y erradicar.

Cualquiera que se encuentre en una posición de inferioridad (económica, profesional o simplemente cultural) tendrá menor capacidad de libertad para ejercer su derecho a consentir o negarse. Incluso si alguna de esas actrices hubiera accedido, si hubiera dicho expresamente la palabra “sí”, pero sus razones fueran el miedo o la presión, este “consentimiento” sería poco libre y las acciones de Weinstein seguirían siendo reprobables y abusivas. Y es que la sexualidad no está para ser “negociada”: eso la desvirtúa. Más aún, cuando entran en juego las fuerzas del poder y la superioridad profesional o económica, esto hace que sea difícil para las mujeres decir “no” a hombres como Weinstein, poco acostumbrados a que se les nieguen sus deseos.

Por eso mismo, dirigir toda la discusión únicamente hacia el consentimiento parece también insuficiente. Sí, el consentimiento es importante, pero si nuestro único requisito es el consentimiento frío, estamos poniendo el listón en lo más bajo. Se traduce toda una dimensión humana a un tecnicismo incómodo: escupir un “sí”. De hecho, la sexualidad es casi un lenguaje en sí mismo. El consentimiento debería venir antes, en un compromiso apropiado para el despliegue de la sexualidad. Hemos desterrado la idea de que la sexualidad es un ámbito de maduración personal, y el fijar toda la atención en el consentimiento es el resultado de haber eliminado cualquier otro tipo de restricciones.

Nuestra cultura recompensa a los hombres por probar los límites, por hacer proposiciones inesperadas, por ir un poco más allá de las relaciones estrictamente profesionales. Esto, sumado a una cultura que idolatra la promiscuidad, se convierte en el caldo de cultivo perfecto para una sociedad en donde florezcan las agresiones sexuales. Asimismo, valores que durante una época se han visto con desprecio como el pudor y el respeto, tienen que volver a formar parte del ambiente. No podemos pretender solucionar una situación tan profundamente dramática metiendo a dos o tres abusadores consagrados en la cárcel. Hace falta una reeducación de la sociedad, de enseñar a las nuevas generaciones una mejor manera de comprender la sexualidad.