“Soy nieto e hijo de andaluces, llegados desde hace 55 años a Cataluña desde Jaén y Granada. Soy lo que ustedes llaman charnego e independentista. He aquí su derrota y he aquí nuestra victoria”. Así se presentó Gabriel Rufián en el Congreso de los Diputados, el 4 de marzo de 2016.
En 1980 Pujol comenzó un proyecto que explicó de forma sencilla en 2011 en varias ocasiones, con la canción Jenifer de Els Catarres, que cuenta cómo un catalán que vota a Convergencia, tiene sueños eróticos con Jordi Pujol, siempre ha considerado un traidor a Serrat, y en su coche nada más suena Lluís Llach (sic), se enamora de una choni de castelldefels.
En este debut de Pujol como monologuista, entre risas, contaba que la choni provenía del ámbito castellanohablante, cuyo amor con este catalán no veía mal, siempre que los hijos que tuvieran, y la propia Jennifer, acabaran hablando catalán.
Daba igual si esto resultaba machista, clasista o supremacista, por encima de todo estaba el “Catalunya un sol poble”, había que señalar el camino del buen catalán.
Y ahí estaba, en la tribuna del Congreso, 36 años después, la transfiguración de la obra acabada de Pujol, mostrada a través de Rufián, para regodearse del fracaso español.
Esto tiene que ver con dos elementos clave del procés. En primer lugar los impulsores del mismo han sobrevalorado su fuerza, creyendo incluso sus propias mentiras, entre las que destaca que Cataluña sea un solo pueblo uniforme, y en segundo lugar han subestimado no solo la fortaleza del Estado y la democracia, sino la inteligencia del pueblo español en su conjunto.
La masiva salida de empresas después del 1-O ha probado que no hay ninguna otra particularidad de Cataluña que les obligue a mantener allí sus domicilios sociales o fiscales que no sea la de que la misma Cataluña es parte de un Estado que les ofrece seguridad jurídica y posibilidades de desarrollo empresarial.
Ha habido dos manifestaciones multitudinarias en Barcelona a favor de la unidad, organizadas por Sociedad Civil Catalana, y en ningún caso la aplicación del artículo 155 de la Constitución ha supuesto ninguna debacle.
Ha resultado acertado que el Gobierno no haya cedido a los chantajes de los independentistas ni a las peticiones envenenadas de diálogo. No han obtenido, por otra parte, ningún apoyo internacional.
La fuerza de España, que no calibraron bien, es la que definió Juncker en los Premios Princesa de Asturias, al referirse a la Unión Europea, como la fuerza del “poder suave” del “ejercicio del Derecho”.
La sociedad española ya no es la de Los Santos inocentes, aunque Rufián pusiera un tuit comparando a uno de los personajes de la película con los que apoyaban a Policía y Guardia Civil. Por cierto, muy agradecido a nuestros padres y abuelos, que no tuvieron nada para que lo tuviéramos todo. Por ellos, hoy tenemos una sociedad más formada que no se ha tragado lo de reducir la democracia a “poner las urnas”, sobre todo cuando lo haces saltándote todas las leyes.
Rufián, la “choni de Castefa” soñada por Pujol, debe servirnos como ejemplo, sí, pero para que seamos conscientes de una vez de que contradecir al nacionalismo y exigirle, como a todos, el cumplimiento de la ley, no crea independentistas. Solo los independentistas crean más independentistas.