La mano, como ya sostenía Charles Darwin en El origen del hombre, ha sido la clave en la generación de la inteligencia propiamente humana, eso que otros denominan nuestra mente o espíritu.

Pero hoy sabemos, por abundantes estudios etológicos, iniciados por el fundador de la Etología, Konrad Lorenz, que muchos animales, como perros, gatos, elefantes, delfines o ballenas, manifiestan una conducta, no ya meramente instintiva, sino propiamente inteligente. Sin embargo, dichos animales no poseen manos. Su adaptación y relación con el mundo externo se lleva a cabo con otros órganos de prensión, como la boca.

Precisamente esta forma de coger o atrapar algo, sea para alimentarse, para atacar, para transportar una cría, etc., es la forma de prensión más extendida en el reino animal. En tal sentido Colin McGinn (Prehension. The hand and the Emergence of Humanity, The MIT Press, 2015) propuso que, en el origen de la vida inteligente o “mental”, la prensión (prehension) de las cosas externas es crucial y que la prensión oral o bucal puede estar en el origen más remoto de la vida anímica o pensante al proveer una plataforma desde la que la inteligencia animal puede despegar y evolucionar.

Pues la acción bucal es más originaria filogenéticamente hablando que la manual. En tal sentido la boca, señala MacGinn, es el origen último del pensamiento: “Thought came from the mouth”. Son, por ello, la boca y las manos lo esencial para la aparición de un conocimiento superior al meramente sensible en la escala animal.

Se trata entonces de explicar cómo el conocimiento interior simbólico-lingüístico, que es propio de los humanos ha podido originarse a partir de los órganos de prensión externos como la boca o las manos. Heidegger, en su famosa obra Ser y Tiempo, ya había señalado que nuestra relación originaria con el mundo no reside en la conciencia, sino en las manos. Por eso el mundo, como medio (umwelt) en el que existimos, es para nosotros principalmente algo a mano, algo manipulable. Pero los animales que nos preceden en la escala evolutiva no suelen tener manos, sino garras, picos, boca. Incluso en ellos la boca es el órgano de prensión más usado en su relación con su mundo, ya sea para matar cruelmente a sus víctimas o para transportar delicadamente a sus cachorros. En tal sentido, como señala McGinn, coger los objetos nos da el sentido de conocimiento real del mundo, que no nos dan ni la vista ni el oído, al estar sujetos a ilusiones.

Pero, el coger (gripping) con la boca o las manos, no solo es importante para conocer propiamente el mundo objetual, sino también a otros sujetos que nos rodean al tocar y aprehender sus cuerpos, desde el amistoso saludo manual hasta los apretones de la intimidad sexual. Incluso el conocimiento del propio cuerpo precisa del tacto manual que distingue la mano ajena de la propia, al coger ambas. El coger es así una especie de cemento con el que nos agarramos al mundo, a la existencia, una especie de mecanismo primordial y básico para pervivir en la dura lucha por la existencia animal y humana, creando una cultura técnica, que en el caso de la especie humana es una cultura de origen manual. Aunque esta lucha nunca alcanza una victoria total, pues la realidad mundana es inagotable y la capacidad manual es limitada, ante una materia que nos impone unas leyes que hace que solo podamos dominarla obedeciéndola, como sostenía Galileo. Incluso, aunque podemos añadir a nuestras manos poderosos instrumentos técnicos, no conseguimos cambiar esencialmente la naturaleza de nuestra relación finita con el mundo.

Toda capacidad operatoria es por ello propia de seres finitos, como animales y humanos, lo que introduce en la explicación o dominio del mundo un límite o impotencia global insuperable. Lo cual nos debe hacer desconfiar de las utopías tecnológicas que prometen convertirnos en dioses omnipotentes, inmortales, etc., como parece ser el sueño del súper-hombre tecnológico que anuncian algunos en Silicon Valley (Yubal Noah Harari, Homo deus. Breve historia del mañana, Editorial Debate, 2016). Pues, como señala McGinn, hay un cuerpo innato y un cuerpo adquirido, de la misma manera que se hablaba de ideas innatas y adquiridas.

El cuerpo adquirido es el que se basa en la habilidad innata de coger, que en el niño arranca del reflejo de prensión, como el succionar con la boca, deriva del reflejo innato de succión. Pero el coger objetos permite fabricar dispositivos técnicos, o el contactar bucal, manualmente, con otros sujetos permite desarrolla sentimientos más profundos y complejos. Por ello se abre aquí una nueva aproximación vital al mundo cultural que solo se explica por los procesos y transformaciones evolutivas de las llamadas habilidades bucales o manuales, las cuales no hemos más que comenzado a estudiar.

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