Hacía días que no llovía tanto en Rianxo. Buena falta hacía. El último día del año el cielo se rompió.

El sábado, en la misa de tarde en la iglesia de Taragoña, el cura Francisco Santiago pidió al cielo el agua y la aparición de Diana Quer para que sus padres pudieran despedirse de ella. Diluviaba cuando los restos de la joven fueron localizados el domingo a las cinco de la mañana en el fondo de un pozo de una nave abandonada en la parroquia de Asados, a menos de 200 metros de la casa de los padres de su asesino confeso, José Enrique Abuín, alias el Chicle. Tras un largo interrogatorio, abrumado por las pruebas que la Guardia Civil tenía contra él, a medianoche confesó primero que la mató, y sobre las tres y media de la madrugada, hecho un novillo de remordimientos, pidió volver a declarar y acompañar a los agentes al lugar en el que la había abandonado.

Mientras el furgón del Instituto de Medicina Legal de Galicia partía hacía Santiago de Compostela cargando los restos de la joven para que le realizaran la autopsia, una parroquiana, inmune al frío y al agua, reflexionaba en voz alta: “Al final, todo lo malo pasó aquí cerca”. Y lanzó un beso al aire. La mujer tenía la razón. Diana Quer fue secuestrada la madrugada del 22 de agosto cuando regresaba caminando a su casa en las afueras de A Pobra de Caramiñal. El hombre que la secuestró vivía en Outeiro, una parroquia de Taragoña a veinte minutos en coche del lugar en el que se deshizo del cuerpo, Asados. Esta aldea que está a un paseo de la casa en la que el detenido vivía con su mujer y en la que pasaba los fines de semana la hija de ambos, de 8 años.

Es bueno escuchar a la gente de los lugares en los que pasan las cosas. Esta vez fue un hombre que apuraba un botellín de cerveza en el bar Pacheco, que está junto a la casa del detenido, quien comentó a pie de barra: “Este tuvo que olvidarse de lo que había hecho. Es imposible pensar que cada vez que iba a casa de sus padres pasaba junto a la nave donde estaba la chica y no sentía remordimientos ni nada”.

Los investigadores confiaban en conseguir una confesión del detenido. De hecho, en sus primeros minutos ante el capitán de la Unidad Central Operativa (UCO) que lo interrogó ya admitió que él la había matado. Literalmente se derrumbó cuando supo que su mujer, Rosario Rodríguez, no sólo había sido detenida como coautora del crimen, sino que además le había dejado sin coartada para la madrugada de su desaparición.

Esa madrugada, el Chicle dio al capitán que le interrogaba hasta dos lugares distintos en los que decía que estaba la joven. No hacía falta comprobar nada, los investigadores sabían que el hombre seguía mintiendo. Contó por ejemplo que había lanzado su cuerpo al mar. Tomaron un receso. Un pequeño descanso en el momento preciso. Los guardias civiles trasladaron al detenido la noticia de que su mujer había quedado en libertad esa misma noche, sin cargos. Sobre las tres de la madrugada, el Chicle tiró la toalla. Había decidido contar la verdad. Se ofreció a acompañar a los investigadores hasta la nave en la que abandonó el cadáver.

En menos de 20 minutos la comitiva se puso en marcha. Se alertó al juez de guardia y se despertó a unos cuantos guardias civiles. Se activó no sólo la policía científica, también los perros y los buzos de la unidad acuática. José Enrique Abuín les condujo hasta una vieja nave abandonada. Aquello fue fábrica de gaseosas y de muebles. Había un pozo. Y Diana dentro. Su asesino lastró el cadáver para que no saliera a flote.

El cuerpo de la joven estaba hundido a más de diez metros de profundidad. Durante los 496 días que se le buscó permaneció sumergida en unas aguas a muy baja temperatura que ayudaron, de alguna manera, a preservar el cadáver. Hasta el punto de que, pese al paso del tiempo, se pudo realizar allí mismo una primera identificación de Diana.



No es fácil describir el sentimiento de los investigadores, de los guardias civiles de A Coruña y de la UCO. Del medio centenar que se quedaron sin Navidad para estar en Galicia y a los que les fue imposible ir. Unos porque les pilló de luna de miel en la otra parte del mundo, otros porque no podían moverse de la vera de alguien que les necesita más en este momento. Pero todos con el móvil las 24 horas abierto. Se sentían satisfechos porque devolver a Diana a sus padres ha sido el resultado de un gran trabajo, pero, como siempre en estos casos, un poco más rotos por dentro. El cuerpo de una niña sumergido sin que los padres puedan descansar, ni tampoco ella misma, seres indeseables que pueden quitarte la vida, en el mejor de los casos violarte... La maldad de éstas personas no merece menos que pase el resto de su vida entre cuatro rejas, claro que eso, es opinión mía.

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