"Una buena educación es como un botiquín bien provisto; pero no existe la seguridad de que no vayamos a administrar cianuro para un resfriado".



Karl Kraus



Hace un año y medio yo escribí un artículo crítico con la increíblemente eficaz campaña de relaciones públicas gracias a la que los lobbyistas de los transgénicos consiguieron 107 firmas de premios Nobel en favor del arroz dorado.



Me debió dar un mal aire y se me ocurrió poner un link a mi post de JM Mulet, químico y profesor de la Universidad de Valencia y activista pro-transgénicos, al que usted puede que conozca porque Mercedes Milá le llamó gordo en televisión. Mulet respondió rápido al tuit calificándolo de "muy malo".



¿Puede un señor gordo refutar de forma creíble los consejos dietéticos de Mercedes Milá? Yo creo que como mucho puede intentarlo, y creo igualmente que Mercedes Milá puso de relieve la condición de gordo de Mulet porque era pertinente en el debate de nutrición del que se hablaba.



No contento con calificar de muy malo mi artículo, JM Mulet, que actúa como un bully aunque diga que Milá le hizo bullying, no solamente se alegró muy poco después de que el arroz dorado haya sido aprobado en Australia, sino que lo celebraba como una victoria personal de los muleteros sobre los greenpisseros, como ellos los llaman (por cierto, no soy miembro de Greenpeace). Respondí a su tuit.



Lo que siguó entonces fue sorprendente. Muchas cuentas de Twitter, a la vez, y de forma aparentemente coordinada, empezaron a responderme en el hilo, llamándome idiota, cabezón, fantasma, psicópata, tonto, racista, loco, esquizofrénico, paranoico, maníaco, etc. Los más benévolos me conminaban a dejar de hacer el ridículo. Mulet retuiteaba en general, y de forma sistemática, a los que usaban insultos más graves, a los que el añadía otros de su cosecha (troll, cortito, parafílico de la zanahoria, y un largo etcétera).



¿Detecté alguna constante? Pues sí. La mayor parte de las cuentas de Twitter que Mulet retuiteaba tenían nombres tan improbables como ladys_y_lords, alphadog, o Pedro H. Jorvik de Elche y residente en Copenhague (y uno de mis favoritos). Entre los que me insultaban es posible que hubiera alguien con sus auténticos nombres y apellidos, pero estoy seguro de que no fueron jamás la mayoría.



Esto me hizo pensar que había una voluntad expresa de callarme con argumentos tan pintorescos como que la insulina es transgénica o que los transgénicos no existen, y decidí no hacerlo durante varios días, para no darles esa satisfacción a los trolls. Si usted cree que eso me convierte en un troll, se equivoca, ya que mis tuits iban todos firmados con mi nombre y apellidos. ¿Todos ellos?



No todos: puesto que cierto momento Mulet dijera que me tenía bloqueado (y mentía), cometí el error de participar en el hilo con mi cuenta corporativa, algo por lo que me he disculpado ya ante mis socios.



No sirvió de gran cosa, ya que aunque Mulet respondiera a uno o dos tuits más, no respondió a ninguna de las preguntas centrales que yo y un amigo mío de Twitter le habíamos planteado.



Tengo a prácticamente a todos los trolls silenciados: sospecho que ya deben estar llamándome pedófilo genocida y cosas por el estilo, aunque yo no lo vea.



Déjenme antes de concluir decir dos cosas: la primera es que alguien creó una cuenta con mi foto, para lo que yo no he dado mi permiso.



Si algún día yo puedo demostrar quién hay detrás de esta cuenta (y tengo indicios jugosos gracias a las conexiones a mi web corporativa), mi(s) troll(s) puede ir preparándose para que nos veamos en los juzgados (Twitter acaba de borrarla, pero yo tengo capturas de pantalla).



La segunda, es que quiero cerrar éste post con un argumento ético irrefutable que creo muy sólido: 107 premios Nobel y un tal José Miguel Mulet están mucho más seguros que yo de que la toxicidad del arroz dorado no tiene absolutamente nada que ver con la de, pongamos, las almortas.



Es muy probable que tengan razón, y que puedan explicárselo a usted con argumentos muy locuaces y válidos. Ahora bien, a mí no me cabe duda de que los muchos millones de niños pobres (un bully con nombre y apellidos llegó a hablar en un subhilo de 400 millones) a los que los muleteros quieren alimentar con arroz dorado conocen cuáles son sus riesgos de forma sustancialmente similar a la forma en que un niño español de 1940 pudiera conocer los riesgos de la ingesta de almortas.



Si a usted le interesa saber de que estoy hablando, busque latirismo en la Wikipedia, una rara enfermedad que mi abuelo, el doctor Oliveras de la Riva, investigó en los años 40 del siglo pasado.

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