Bruselas es una fiesta, a decir por cuantos hasta allí se desplazan guiados por el fervor de  las apariciones divinas que, según parece, se vienen produciendo desde hace casi 90 días. No se molesten en contemplar el Manneken Pis, porque ahora lo emblemático de la ciudad es visitar a Puigdemont en su tabernáculo e inmortalizar la instantánea para dar fe de haber cumplido con el peregrinaje. Eso sí, que nadie espere una contemplación mariana porque en la diferencia existente entre la Virgen María y el prófugo Puigdemont hay demasiados matices. Ahora bien, esto no parece importar a los muchos penitentes cuando descubren la suplantación divina, lo importante es hacerse un selfie con el escapista y recibir de él un lazo amarillo a modo de escapulario.

Y prueba de esta fe sin fronteras hasta la capital belga se han desplazado ciertas monjas de clausura residentes en Gerona. Creo que fueron dos benedictinas, la priora Sor Assumpció Pifarré y otra monja del convento de San Daniel, de manera que el milagrero Puigdemont está más cerca de ser beatificado que de ir a la cárcel. San Benito de Nurcia, fundador de la orden a buen seguro que debe sentirse perplejo. No es para menos. Está visto que para algunas religiosas lo de la clausura conventual es como ir al  hogar del jubilado a pasar el rato y echar la partida.

De manera que dos monjas abandonan la clausura, se quitan los hábitos y cruzan los Pirineos para ir de marcha a Bruselas y ver a su ídolo. En los años 70 era toda una costumbre salvar la cordillera pirenaica pero por razones bien diferentes. El cine prohibido para los españoles carecía de linderos. Ahora lo del retiro espiritual se lo saltan algunas como en aquél entonces nos saltábamos la censura. Hay cosas que ni los nuevos tiempos lo justifican, pero está claro que la iglesia catalana está abducida por los ensalmos del expresidente, tanto que a decir de estas dos religiosas la escapada obedece a llevar su calor al Molt Honorable President y demás artistas del escape.  Esto me recuerda, salvando las distancias en todos los aspectos, a la memorable Marilyn Monroe cuando acudió a Corea para animar a las tropas americanas. La diferencia se me antoja insalvable se mire por donde se mire y a pesar de los años transcurridos. Quizás, dicho  con respeto, por simple cuestión de atrezo y algo de morfología en las siempre odiosas comparaciones.

Lo cierto es que estas benedictinas  nada que ver tienen con las carmelitas descalzas. Yo no he visto mujer más feliz que una monja carmelita entregada a su causa. Oración, trabajo y vida fraterna. Eso reconforta. Y claro, luego llega Santa Teresa de Jesús y lo borda: “El que no sirve para servir, no sirve para vivir”.  Pues eso lo explica todo. Y en este devenir de quienes hoy rinden culto a la “divinidad” de un iluminado Puigdemont nos encontramos con el obispo de Solsona, adalid de la autodeterminación catalana y por consiguiente quien concede gula para cuantos siervos y siervas quieran abandonar hábitos, claustros y cuantos antojos separatistas les venga en gana.

Sabido es que el hábito no hace al monje y estas respetables monjas, al igual que las religiosas Forcades y Lucía Caram, están en el top ten del refrendo. Basta una llamada del idolatrado guía espiritual desde Bruselas para acudir a reconfortarle con ese calor  vocacional que emana de los manantiales republicanos. Mientras tanto el altísimo Puigdemont insiste en ser Presidente aunque sea por vídeoconferencia y a cobro revertido. Curiosa contradicción porque de llevarse a cabo esta fórmula estaríamos  ante una de las primeras manifestaciones milagrosas de este fenómeno paranormal. Un presidente desde el más allá gobernando a una república en el más acá. Siervos y siervas tiene, luego solo falta la bendición separatista y luego la canonización papal. De momento en Bruselas siguen las posibles reliquias de un huido de la justicia española para regusto de peregrinos, agencias de viajes y escapadas  culturales del Imserso de la Cataluña separatista.  En fin, “la soberbia nunca baja de donde sube, pero siempre cae de donde subió”, lo dijo Francisco de Quevedo. Yo, mientras tanto: I love Tabarnia.

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