Se muere

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Una visita a su centro médico marca una fecha en el calendario como límite a su existencia. Los planes a futuro lejano desaparecen y se reconvierten en un día a día en el que andar, correr, reír, sentir y hasta respirar se convierte en un privilegio.

El shock y la terrible sensación de tener constancia de su extinción no pueden durar más de unas horas, no tiene tiempo que perder. Un viaje rápido, antes de que su cuerpo se deteriore y le mantenga preso de una silla o una cama. Comienza a repasar las tareas pendientes, las conversaciones que ha postergado, bien por falta de atrevimiento o bien por pura dejadez. Imposible saber lo que realmente pasa por su cabeza, en su cara ya se evidencia un evidente miedo a lo que le espera, tanto a la enfermedad y sus secuelas como a la muerte.

¿Cómo será morir?, ¿se apaga la luz y desapareces, así de fácil?, ¿duele? Tiene que suceder, vale, pero coño, ¿a mí?, ¿tan joven? Este mar de preguntas le acompañará todo el camino hasta la llamada de la dama de la guadaña, sólo se trata de intentar ocupar el tiempo lo máximo posible y en lo que más le guste hasta que eso suceda.

Me dice que no quiere lágrimas, depresiones ni penas, no puede perder ni un segundo en lamentarse ni soportar lamentos de los demás, ya suficiente solloza su cerebro cada segundo que es consciente de esta mierda.

Hasta de la muerte puede saca alguna coña, bromea conmigo si sería posible que su grupo favorito pudiera darle un concierto privado por pena antes de morir, ¡qué cabrón es! No sé si la consciencia de la muerte genera por sí misma ganas de vivir, probablemente sí, pero nunca he visto a alguien tan deseoso de vivir como él.

Todos morimos inconscientemente día a día, él lo hace a año por minuto sabiendo que lo hace, ¡qué diferente es vivir sin morir a morir viviendo!