Opinión

VerGonyas 2018

Albert Serra con el Leopardo de Oro.

Albert Serra con el Leopardo de Oro.

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En la 'España plural' que reivindica con falsedad la diferencia, en esa que la Academia de Cine cree premiar el nacionalismo vasco revelando una motivación más folk que identitaria la verdadera partida la gana el catalán aséptico de la Coixet, enemiga pública del nacionalismo.

Premiar a Estiú 1993 no hubiese sido ni descabellado ni catalanista. Hubiese sido lo justo. Porque es la película del año y las categorías de interpretación lo validan. Porque Bruna Cusí es más creíble hablando de mujeres que la vicepresidenta de la Academia haciéndose el lío con el pronter mientras Coixet, que había pedido a las mujeres ir en pijama a la gala, reniega con la cabeza de un discurso 'progre' que se aferra a la paridad como pobre símbolo de todo avance.

Avanzar sería hacer una gala de altura, sin fallos técnicos y sin discursos impostados sobre tendencias o ismos en alza. La reivindicación es necesaria cuando está bien hecha, cuando Mikel Serrano sube a por su Goya y con un simple beso a su marido hace más por la diversidad que el pregón azucarado e idealista de los Javis en los Feroz. Cuando Brays Efe y su mágica Paquita vapulean en apenas tres minutos la fallida selección de presentadores. Cuando una transexual chilena zanja con tres vocablos el problema que tiene la izquierda española con la transmisión de su necesario mensaje o cuando David Verdaguer ejemplifica llanamente que ser catalán, pese a lo que piensen en El Mundo, es un símbolo de orgullo español para los que no sabemos ignorar a la cultura.

En la España plural donde todos los políticos y sus parejas se sientan en la fila de autoridades a Pablo Iglesias le toca el muro gris del backstage, ¿puede alguien saber qué pasó con su butaca? La de Cifuentes, en cambio, sí estaba bien ubicada como para escuchar de boca de Carla Simón que el VIH no debe ser un estigma, que ya está bien de arrastrar etiquetas falsas y antiguas más propias de una época donde el socialismo no consiguió hacer de nuestra sociedad un lugar seguro para todos.

En la España que espera mostrar su sociedad en galas como la de anoche aún quedan muchos pasos de gigante por dar si el objetivo es conseguir ser ejemplo de pluralidad o, qué menos, de una industria establecida y saludable. Establecida, para no cometer fallos de amateur, y saludable para premiar a historias y cineastas comprometidos con radiografiar la actualidad más contemporánea sin necesidad de azúcares ni artificios en fases de post-producción. Cuesta sudores ver que directores como Albert Serra aún no sean un nombre en el imaginario del espectador español, o que Eduardo Casanova se quede sentado en su butaca de niño mediático sin premio (ni nominación). Cuesta certificar que la Academia pretende favorecer a productos mainstream como La Librería pero deja sin goya a Belén Cuesta y a todo cuánto sus personajes aportan a la buena comedia que también llega al público generalista. 'No se puede contentar a todos' ya no sirve como excusa en una gala en la que Handía sale plusvalorada sin que nos quede del todo aclarada la motivación para tan magno reconocimiento.

Urge premiar a ese cine que sí se hace y que favorece a la cultura, pues fideliza la cinefilia de los futuros realizadores que anoche languidecían en casa twitteando los horrores del panorama delante de un buen trozo de pizza y de un buen porro de marihuana, salvadora magnánima de toda catástrofe.