Trabajo en el Hospital Clínico Universitario de Valladolid, como enfermero en la unidad de Reanimación Cardíaca. En estos últimas jornadas soy una de las personas que cuidan de un paciente trasplantado de corazón.

Nuestra Sanidad – de la que soy un acérrimo defensor- cuenta con todo un equipo multidisciplinar de profesionales que ha hecho posible que este paciente esté trasplantado.

Diagnósticos, ingresos hospitalarios, paso por el quirófano y ahora ingresado en reanimación; en la que no faltan los mejores medios y condiciones para un buen cuidado. Todo al servicio del paciente. Y sin embargo, algo estamos haciendo mal.

Viene a colación esta categórica afirmación pues el pasado fin de semana en mi turno de tarde y mientras yo hacía una de mis tareas programadas, el paciente llamándome por mi nombre y mirándome a los ojos me dijo: “Jesús, puedes quedarte a mi lado y hablar conmigo durante un rato. Lo necesito”.

Es en ese momento cuando el “soy una persona que cuida de otra persona” cobra en mí todo el sentido de lo que soy.

De lo que hablamos (del futuro, de nuestros hijos, de lo “puta” que es la vida) es lo de menos. Al final esos cuarenta minutos que el paciente me regaló fueron los que me hacen pensar, que algo estamos haciendo mal.

¿De qué nos sirve toda la tecnología del mundo; los mejores hospitales y los profesionales mejor formados?

Y es así como recupero la pregunta que en su día le hicieron a D. Gregorio Marañón: “¿Cual es la innovación más importante de los últimos años?"; a lo que respondió, "la silla. La silla que nos permite sentarnos al lado del paciente, escucharlo y explorarlo.” Pues eso, volvamos a recuperar la palabra.

Con la palabra se cuida, la palabra cura.

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