Opinión

Arte contemporáneo

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Las sociedades humanas tienen unas determinadas reglas, como principios fundamentales para convivir en paz. Nuestro hermoso país llamado España, es heredero por historia y tradición del Derecho Romano. Cierto, las gentes de aquél imperio invadieron los diferentes territorios de la Península Ibérica, conformando una provincia más de su organización política, social y económica.

El ordenamiento jurídico proviene de los diferentes conflictos entre personas y sociedades o empresas. Los estudiantes de esa materia, al menos en nuestras universidades, empiezan a ver las referencias de resoluciones a los conflictos en época romana. Las costumbres hacen leyes; esas leyes son aplicadas a nuestras relaciones. Los tiempos han avanzado, si bien algunos opinan que la sociedad ha ido a su par, en tanto que otros abogan por el retroceso en cien o doscientos años, según pinte mejor para sus intereses políticos.

Los humanos aprendemos a base de trompazos. No una piedra, ni dos, sino montañas y cordilleras son necesarias para desasnar a unas cuantas criaturas de nuestra misma especie, según los principios de Darwin, entre otros. Guerras, conflictos bélicos desgarradores, terrorismo y otros cientos de crímenes se han sucedido en la historia de la humanidad. Desacuerdos comerciales, territorios, familiares, religiosos o políticos cubren muchas de las causas de ellos. Esos asquerosos motivos son irrelevantes para las personas asesinada, ya que la vida constituye el bien más preciado. Cuando te lo arrebatan, ¿a quién importa si tienes razón o no para eliminar de la existencia?

La Declaración Universal de Derechos Humanos marcó un antes y un después en las relaciones. Pero también, y más importante debería ser sin duda, el apartado “DEBERES”, que tan pronto olvidamos. En cuanto hay cualquier problema entre dos partes, una de ellas siempre enarbola la bandera de sus “DERECHOS” para tratar de fastidiar la obligación propia; ésa quedará relegada a su rival, oponente o enemigo. Según avanza el tiempo del conflicto, vamos cambiando el nombre de la otra “parte”.

Decía el General Von Bismarck, militar alemán -aclaración para aquellos que duden si es una marca de cerveza o una serie de televisión-, que España es el país más fuerte del mundo:

-...llevan toda la historia intentando autodestruirse y no lo consiguen - cuánta razón tenía... y tiene.

De manera periódica se suceden hechos donde se hace uso de la libertad de expresión para insultar, amenazar, vejar o cualquier otro de los llamados delitos contra el honor. Sus autores se enfrentan a apartados del Código Penal en calidad de presuntos delincuentes. Una vez celebrado el juicio y fallada la sentencia -no confundir si es errónea o acertada-, una multitud de gentuza se lanza a reclamar el “Derecho” a la Libertad de Expresión. ¿Son así de catetos a nivel intelectual y personal? Por supuesto, lo son y muchos de ellos diplomados universitarios, dejando de manifiesto que acudir a una formación superior no es óbice para ser un gilipollas integral.

Una parte “ideoestúpida” de este país -confundir la idea con la lógica puede ser muy confuso, incluso para ellos- se jacta de alabar a los delincuentes condenados. ¿A todos? No, ellos se cuidan en diferenciar entre los infractores penales. Si corresponden sus actos, pensamientos o manifestaciones con sus propósitos, sean o no conseguidos mediante métodos ilícitos, entonces representan adalides de la libertad de expresión.

Las corrientes “culturetas” de este país beben los vientos de la izquierda. Esa rama de pensamiento sobre la organización del estado, duda entre apostar por un número entre 17 y 52 formas independientes y subvencionadas, entre otras, por y para diferencia de ellas. La extrema izquierda, apoyada en terrorismo y violencia, llevan años y años ejerciendo la propiedad moral de una libertad vigilada. Se sirven de presuntos dirigentes con voz baja, sin gritos, medrando entre los más vulnerables para ir alcanzando el poder en las instituciones públicas. Su discurso es vapuleado en cuanto cualquiera, con algo de cultura, la mente libre y ganándose la vida sin necesidad de insultar a otros.

Los cargos electos de entidades de representatividad pública pierden el trasero, pero no la cartera, para posicionarse al lado de los delincuentes. Sí, al lado de ellos, ya que el condenado es quien afronta la leve condena y los políticos se limitan a la palmadita. Después de un tiempo, breve a poder ser, entregarán dinero público mediante contratos para representaciones, obras y subvención de esos delincuentes contra una parte de los contribuyentes de este hermoso país llamado España.

El arte contemporáneo es muy discutible en cuanto a su belleza, a diferencia del clásico. Es más, el verdadero arte actual en sí no es crear una obra, ni editar un texto, ni componer melodías con letras de dudoso gusto, sino vender esas obras, con respeto a los clásicos, por un “pastizal” irreverente, insultante y de dudosa procedencia.